Cuando se abren los patios de las escuelas



Por Enrique Rodríguez Pérez
Departamento de literatura
Universidad Nacional de Colombia.

Ahora que es época de comenzar las clases en las escuelas, los colegios y las universidades es oportuno reflexionar sobre algunos aspectos de la educación en nuestro país.
En la vida cotidiana de la escuela sucede una trama de acciones que favorecen de distintas maneras la formación intelectual, política, ética y estética de niños, niñas y jóvenes. Ese intercambio diario en la clase decide mucho sobre el futuro personal y colectivo de sus actores. Por esto, es prioritario facilitar en la escuela las condiciones requeridas para que se logre un diálogo con el entorno vital, un encuentro consigo mismo y con el otro y una interacción creadora crítica frente a los saberes.
Surgen muchas inquietudes sobre la función que hoy tiene el saber en la escuela, sobre todo porque tradicionalmente se ha reducido al “conocimiento” que hay que enseñar. Se ha consolidado como una serie de informaciones que el receptor, el alumno, debe almacenar en su cabeza; como un conjunto de asignaturas, guardadas en unos desproporcionados e interminables libros de texto, colmados de información, de procedimientos, de datos, de unidades sueltas, de fórmulas, de conceptos de segunda mano para reproducir en el tablero o el cuaderno. A la vez, esta visión ha fortalecido unas prácticas de autoridad que fortalecen la homogenización, por tanto el desconocimiento de las diferencias sexuales, étnicas, regionales. Esto ha arraigado la  reproducción de unas condiciones sociales y económicas inequitativas porque quien pasa por una escuela con estas características se acomoda fácilmente al engranaje de un sistema, no sólo regional sino global, que acentúa las desigualdades.
A pesar de este panorama, grupos de maestros y de estudiantes de muchas regiones, colectividades académicas e investigadores interesados en este campo, han logrado generar profundas y variadas transformaciones en el aula misma. Se trata de diseñar y realizar  más propuestas en esta perspectiva y fortalecer estos procesos innovadores ya en curso. La tarea es amplia: comenzar por replantear el sentido de los saberes y el lugar de la escuela dentro del conjunto social e institucional, reorientar la pedagogía hacia quienes aprenden y a sus contextos, revalorar los modos de evaluar y transformar las maneras de aprender a leer y a escribir. 
Si se hace un poco de memoria, ya con la revolución que produjo la fenomenología a comienzos del siglo XX, con Edmund Husserl, y luego con sus discípulos hermeneutas y de otras corrientes, el conocimiento que se asentó en verdades inmodificables se puso en cuestión. Además, se reconoció el papel que tiene el mundo de la vida en la construcción del saber. Sucesivamente se fueron dando giros con esta intención por muchas vías y en las diversas disciplinas. La investigación etnográfica, la teoría del discurso, las geometrías no euclidianas, la deconstrucción y las pedagogías liberadoras, destruyeron las posiciones dogmáticas e idealistas del saber. Sin embargo, hoy, la escuela ha sido poco permeable a estos enfoques de pensamiento.
En este sentido, las disciplinas y los saberes en la escuela exigen un tratamiento distinto. El conocer no surge de un sistema de conceptos cerrados, sean científicos, técnicos, artístico o de las ciencias sociales. El saber, más bien se construye desde las experiencias de los individuos, a partir de las diversas perspectivas que se van construyendo de manera personal y colectiva y que surgen en el vínculo con el entorno y con todo el flujo de relaciones histórico culturales que se ponen en escena. En este sentido, ni la matemática, ni la literatura, ni la historia, ni la biología, son estructuras cerradas, sus concepciones se enriquecen desde quienes investigan y desde sus contextos culturales. De manera que la escuela es un lugar propicio para investigar y crear saber bajo otra perspectiva. Así se abandona la educación informativa.
Surgen por eso preguntas como ¿Qué sentido tiene aprender hoy matemática? ¿Para qué saber filosofía si no se comprenden los fenómenos de la cultura local y universal y no se reflexiona sobre los derroteros de un pueblo o nación? ¿En qué medida el arte transforma la historia? ¿Para qué acumular datos de biología, geografía, química en un planeta que está siendo arrasado por el mismo ser humano?¿Para qué aprender la historia nacional y universal, si la violencia y la sumisión imperan? ¿Para qué cátedras de religión, de ética, de política, si los vínculos interpersonales, la solidaridad y el respeto se estropean de forma acelerada y violenta? ¿Para qué incluir la tecnología en el aula si se sigue repitiendo, copiando y reproduciendo la información que los medios de la información instituyen como verdaderos?¿Para qué leer poesía y literatura si no se interpreta ni se escribe sobre los autores?
Como ven, son muchos interrogantes, y faltan más. El hecho es que hay una imperativa necesidad de cambio en las prácticas diarias de aprendizaje en la escuela. Las posibilidades para ello son múltiples. Sobre todo, si se integra la vida a la escuela y si los saberes disciplinares responden a los contextos. Entonces, la matemática, el arte, la literatura, las ciencias, dejan de ser cuerpos de conceptos dogmáticos y certezas definitivas y ayudan a la comprensión del entorno y  a construir perspectivas distintas del mundo. Se trata de aprender a desarrollar los actos del comprender, los modos de actuar y de crear más que los conceptos en el vacío. Por ejemplo, construir el sentido de lo matemático para dimensionar lo económico o para elaborar concepciones de la cantidad, de la proporción, de la distribución y  lograr establecer sus relaciones con situaciones concretas y continuar  constituyendo modelos flexibles para interpretar el entorno inmediato o lejano; en geometría, dimensionar lo espacial, evidenciarlo en situaciones concretas y proponer proyectos innovadores, por ejemplo en planes concretos de urbanismo, vivienda y otros, en su localidad o región; en artes, tener experiencias creativas para construir visiones  alternativas del mundo que partan de la sensibilidad, la imaginación y la intuición  para ablandar las actitudes rígidas, hostiles y violentas; en ciencias, comprender situaciones en el laboratorio y afianzar actitudes investigativas para encontrar soluciones ambientales, de salud o de desarrollo industrial sostenido y respetuoso del medio ambiente; en literatura, filosofía o ciencias humanas, aprender a leer y escribir para constituir modos de interpretar el complejo tejido de la realidad y proponer e imaginar mundos posibles que desborden la mecanización, la recepción pasiva de la información y las actitudes cómodas, conformistas y neutrales de la indiferenciada  sociedad de hoy. Sin embargo, es cada comunidad escolar, integrada con entidades y organizaciones sociales y de producción quien define sus derroteros y prioridades y contextualiza sus saberes, como sucede con los planes decenales de educación, regionales y locales.
En este sentido, un enfoque interdisciplinar se hace necesario aún más hoy. Exige un trabajo cooperativo que rompa con la propiedad del conocimiento de cada disciplina. Así se logra una interacción entre los colegas de una institución y se genera un sentido distinto de autoridad que se distancia del modelo del profesor que enseña y el alumno que se instruye. Esto se logra si se opta por una mirada investigativa y con la interacción entre los saberes. De hecho, la realidad no se da fragmentada por campos de saber, sino como un conjunto complejo. Por eso, una formación disciplinar es insuficiente para construir un saber sobre el entorno vital. Una institución que logra construir equipo de trabajo académico y directivo y que ha consolidado un Proyecto Educativo Institucional (PEI) va a la vanguardia e influye en los cambios de su entorno, sea el barrio, la ciudad, el país o el mundo.
De igual modo, las pedagogías renovadoras hoy son posibles debido a muchos factores. Por ejemplo, los niños, niñas y jóvenes, aprenden desde edades tempranas a leer, a escuchar a escribir y a mecanizar procedimientos mediante el computador, el uso del celular de los juegos, celulares y otros artefactos tecnológicos. Es prioritario acercar la escuela a estas tecnologías y hacer más vivo e interpretativo el aprendizaje de la lectura y la escritura en la escuela, pues limitarse a reforzar de manera aislada las destrezas mecánicas, el uso de códigos o el manejo de las estructuras anula las posibilidades del estudiante de estar en continua interacción con su medio para construir una mirada propia sobre él. De modo que es necesario acercar la escuela a la vida del joven pues debido a la gran cantidad de información y saber que circula por fuera de la escuela, ésta se torna aburridora e inútil. En fin, si hoy, jóvenes, niños y niñas, por ende, maestros y maestras, leen un poeta o un novelista, si abordan una teoría de un científico o una concepción social, no se puede evadir el contexto inmediato en el que se produce esta interacción. Este complejo universo cultural de fuera de la escuela le clama por su inclusión.
Por otra parte, estas condiciones obligan a cambiar los estilos de evaluación, aunque en ello se ha avanzado en el país, tanto en la evaluación externa a la escuela como la interna. Se trata de abandonar la visión de la evaluación que busca sólo calificar, y por ello, discriminar; entonces, no se tiene el propósito rendir cuenta de una información memorizada o de una ejecución mecánica de procedimientos. Por el contrario, mediante una evaluación cualitativa y procesual definida con criterios abiertos, secuenciales y articulados se pretende reconocer el avance, las posibilidades o dificultades de los estudiantes en su paso por el sistema escolar, de modo que puedan desenvolverse propositiva y críticamente en su vida académica y personal posterior. Es decir, que se proyecten como seres autónomos, reconozcan sus compromisos y sus derechos y se visualicen como individuos y dirijan su mirada hacia el futuro, tanto personal como colectivo.  Esta renovación de la evaluación implica que las etapas de formación estén coherentemente dispuestas desde el grado inicial hasta el final, ojalá en una organización que relativice, actualice y contextualice los saberes  y opte por el desarrollo personal y procesual de los niños, niñas y jóvenes.
El panorama no es tan deprimente, en Colombia, siempre hay maestros y maestras que están a la vanguardia. Por diversos caminos, por ejemplo, a través del trabajo pedagógico por proyectos y a través de una metodología activa e investigativa han iniciado este giro educativo. Sin embargo, hace falta estimular más estos procesos y aunar esfuerzos para ello. Para esto, el lazo entre la universidad y la educación primaria y secundaria debe restablecer y consolidarse.
Este escrito es una invitación para fortalecer cualquier atisbo de cambio en la escuela, por insignificante que parezca. Aunque la responsable del deterioro contemporáneo ni de solucionar tal problemática no es sólo la escuela, sí es un escenario para muchas transformaciones, sobre todo porque allí están las personas que están dispuestas a imaginar, leer, proponer, pensar y disfrutar de la vida.
Que en este 2013 se consolide el trabajo cooperativo e innovador de los docentes en la escuela. Que en ella las ciencias, la literatura, la filosofía, las matemáticas, las tecnologías y las artes sean campos de acción viva. A su vez, que forme una generación con actitudes distintas a lo que hoy se vive en el país, con mayor sensatez, sinceridad y honradez en el actuar y que opte por un progreso mesurado y equitativo cuyo fin sea el bienestar colectivo y una visión de un futuro más justo.