Usted ya en la universidad y no saber escribir


Publicamos aquí uno de los capítulos de Usted ya en la universidad y no saber escribir, la investigación realizada por la doctora en Lingüística y Comunicación de la Universidad de Barcelona, Sandra Soler Castillo, profesora del Doctorado Interinstitucional en de la Universidad Distrital, donde impugna las formas de poder y exclusión enquistadas en la escritura y en todas las formas de conocimiento.
Sandra Soler es profesora de Estudios del Discurso del Doctorado Interinstitucional en Educación de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Ex directora del Departamento de Lingüística del Instituto Caro y Cuervo. Doctora en Lingüística y Comunicación de la Universidad de Barcelona. Sus intereses de investigación se centran en los estudios del discurso y la sociolingüística. Trabaja temáticas como género, racismo y discriminación y escuela. Sus publicaciones incluyen Discurso y género en historias de vida (2005); Racismo y discurso en Colombia: cinco siglos de invisibilidad y exclusión (2007); Análisis crítico del discurso de documentos de política pública en educación (2011); Between dark black and light brown, discourses and ethnic identities among afrodescendant boys and girls in school context in Bogotá (2012); Lengua, folclor y racismo, estereotipos comunes sobre los grupos étnicos colombianos (2012).

ESCRITURA Y PODER. Una reflexión para el caso latinoamericano

En la actualidad leer y escribir hacen parte de las actividades diarias de la mayoría de las personas; sin embargo, no siempre fue así, durante mucho tiempo las sociedades permanecieron ágrafas y la gente de los pueblos que la desarrollaron era mayoritariamente analfabeta. La escritura, surgida por motivos políticos y administrativos, era manejada tan sólo por unos pocos, generalmente pertenecientes a las élites políticas o religiosas. Los escribas gozaban de alto estatus social y económico. Con el paso del tiempo y el contacto entre culturas, la escritura se convertiría en uno de los criterios de división y clasificación de las sociedades. Los pueblos que no la desarrollaron fueron considerados bárbaros. Aunque es importante resaltar que no se trataba de cualquier tipo de escritura; la clasificación de civilizado, incivilizado, estaba dada por el desarrollo de la escritura alfabética. Otros tipos de representación no eran tenidos en cuenta o eran valoradas como incipientes o limitados. El etnocentrismo y el logocentrismo han controlado el concepto de escritura desde su aparición. Incluso, en la actualidad es considerable el número de historiadores que se han negado a concebir las representaciones de las culturas orientales o prehispánicas como escritura.
Como lo señala Mignolo, la primera gran valoración que hicieron los misioneros españoles al llegar a América, la realizaron a partir de la posesión o no de la escritura alfabética. Lo que determinaría gran parte de nuestra historia sangrienta y cruel. La escritura entró a América como una forma de poder y exclusión y así se ha mantenido a lo largo de la historia.
Durante la colonia, los escribas se convirtieron en sujetos indispensables para la Corona, eran quienes a través de documentos escritos impedían los constantes fraudes económicos de la población. También la evangelización encontró en la escritura su gran aliada, pues ésta era la forma más adecuada para trasmitir el mensaje de Dios. Los escribas poco a poco se convirtieron en una élite en América con mayor autonomía al irse institucionalizando a partir de funciones específicas en cargos en las audiencias, la administración, los seminarios, los colegios y las universidades. La escritura adquirió tanta relevancia que se convirtió en elemento ordenador del mundo físico; normativizando la vida de la comunidad, oponiéndose a cualquier tipo de particularismo. La razón instituye el orden, pareció ser la consigna de la época. Durante la Colonia se establecieron profundas jerarquías, y entre ellas se encontraban los letrados quienes constituían una selecta minoría, y una vez en el poder no escatimaron recursos para su perpetuación, a través entre otras, de la creación temprana de universidades (1538), que propendieron por la educación superior de los letrados. Como lo señala Ángel Rama “en territorios americanos, la escritura se constituiría en una suerte de religión secundaria, por tanto pertrechada para ocupar el lugar de las religiones cuando éstas comenzaran su declinación en el XIX” (2004: 65).
Durante la independencia los letrados continuaron siendo la élite en el poder. La independencia política corrió paralela a la independencia de las letras. En este contexto la educación entró a ocupar un lugar importante de debate, la lengua y su relación con la nación se constituiría en el centro de profundos debates. Se discutió entonces en qué lengua debía escribirse, cómo debía hacerse y qué debía enseñarse. El latín dejó de ser la lengua del imperio, y el español pasó a ocupar su lugar. Otro centro de atención se orientó a las reformas ortográficas, asunto clave para el buen uso de la escritura y para lo que se denominó independencia letrada, que propendía por el alejamiento de las normas y los cánones españoles.
Sin embargo, durante esta misma época se dieron las primeras críticas al tipo de educación que se ofrecía en las escuelas. Simón Rodríguez señaló que las repúblicas no se hacían con doctores, literatos, ni escritores, sino con ciudadanos. Rodríguez propendía por una educación social, que incluyera a todo el pueblo y no sólo a unos cuantos elegidos. Sus ideas sobre la educación iban más allá de una educación alfabeta; reclamaba el establecimiento de un “arte de pensar” que fuera universal pero a la vez particular del hombre latinoamericano. Sin embargo, las reformas propuestas fracasaron. La educación continuó siendo un asunto de élite; leer y sobre todo escribir, se antepusieron a cualquier otro tipo de enseñanza, incluido el cálculo, la lógica o la oratoria.
Durante la modernización la letra se constituyó en el principal medio de ascenso social. Se crearon mitos sociales en torno a las letras como mecanismo para obtener altas posiciones sociales y respetabilidad. Se dio un proceso de regulación de la escritura implementado por el surgimiento de las primeras academias de la lengua; entre ellas la colombiana, pionera en América Latina. Para ese entonces, América estaba dominada por letrados; escritores, pensadores, lingüistas, poetas y ensayistas ocuparon altos cargos públicos, incluidas varias presidencias.
La modernización introdujo nuevos paradigmas: los aspectos culturales perdieron su ímpetu frente a los asuntos políticos y económicos que llevaron a una rígida división del trabajo que, como señala Rama, se tradujeron en diversificados planes de estudio en una universidad de corte positivista, inmersa en una sociedad con complejas demandas de conocimiento (2004: 132). Los letrados dejaron de ser aquellos individuos que sabían de todo un poco y que dominaban el mundo de las letras. Con el surgimiento y resurgimiento de nuevas y viejas disciplinas, como la sociología, la historia, la economía, el panorama cambió. Lo que originó la aparición de clases sociales emergentes que ocupaban las grandes ciudades recientemente desarrolladas por la expansión de la industria y el comercio, ampliándose así los círculos del poder.
Con las sucesivas revoluciones americanas, nuevas ideas movieron la población: dejar atrás el enriquecimiento y la concentración desmedida de capital y el universalismo de las ideas para adentrarse en nuevos ideales como la educación para todos y el nacionalismo, promovidos por los recién formados sectores emergentes que propendían por un ensanchamiento de las bases sociales. Sin embargo, la des-centralización de los letrados con la irrupción de estos nuevos intelectuales, no impidió que el poder se siguiera ejerciendo y que éstos continuaran “legislando” o imponiendo sus ideas en diversos escenarios como las casas editoriales, las universidades y los medios de comunicación.
Durante las últimas décadas, fundamentalmente a partir de la crisis petrolera de 1973, asistimos a una transformación y cambio de paradigmas en la que son las grandes transnacionales las que gobiernan el mundo. Las distancias entre “centro” y “periferia” se acrecentaron a pasos agigantados. Los países latinoamericanos son cada vez más dependientes no sólo política y económicamente, sino intelectualmente.

En la actualidad, son los organismos internacionales los que deciden qué es bueno y malo para los países “en vía de desarrollo”. Si durante, el siglo XX, la lectura y la escritura fueron de la mano de la democracia, el crecimiento económico y la armonía social, en nuestros días, son la clave para poder ingresar a los competitivos mercados mundiales, y la escuela ha sido la encargada de formar esos nuevos lectores-escritores que una vez alfabetizados adquirirán las competenciasnecesarias para ingresar a los mercados laborales. Se continúa presuponiendo que “saber leer y escribir es consonante con el desarrollo económico, social y político de los pueblos; inalcanzable mediante otros métodos” (Graff, 2008, citado en Kalman, 2008). De ahí que organismos internacionales como el Banco Mundial, la ONU, la OIT o la UNESCO, hayan centrado su interés en esta tarea. En las últimas décadas la educación ha sido objeto de incontables debates, foros, encuentros, congresos que han quedado registrados en sendos documentos que trazan los lineamientos que los países deben seguir. Importante resulta entonces analizar estos documentos de política educativa, para determinar qué supuestos ideológicos le subyacen, qué cualidades y funciones le atribuyen a la educación, qué señalan respecto a las composiciones sociales de los pueblos, cómo se refieren a los actores involucrados en ella: maestros, estudiantes, directivos.