Cuando la literatura es cerrazón


Por Gabriel Arturo Castro

La noción de literatura regional es un concepto interesado y centrado en el encierro de una provincia a los principios universales de la creación, de la mano de la autosuficiencia o de la peligrosa autarquía, cuando intenta desde su exclusivo ámbito geográfico imponer una hegemonía conservadora, no disidente, subversiva ni interrogadora de los poderes locales, quienes se benefician política y económicamente de  tal “literatura”. Criterios simplistas la caracterizan. Basta que un autor sea oriundo de una determinada región para que su producción, sin importar su calidad estética o trascendencia, sea admitida en el dominio de la literatura regional, una especie de miscelánea donde todo cabe y funciona: la melancolía, la nostalgia, la añoranza y el recuerdo, la escritura de una inmovilidad, ajena al paso del tiempo; la monotonía de un ambiente rutinario y opresor; un tiempo que no se actualiza y no posee el menor deseo de cambio.
Se puede decir que existe ya una rama de los estudios literarios, que se le asigna el sobrenombre de "literatura regional", un área profundamente desigual, dado su afán clasificatorio, olvidando que la literatura artística es una sola, sin el efecto del compartimento estanco. Encontramos, como supuesto respaldo un gran número de publicaciones de muy poca calidad interpretativa, basada más en los prejuicios ideológicos y culturales de un realismo trasnochado y banal, heredero a su vez de una arqueología que no le interesa la ruptura sino la continuidad.
El realismo tiene aún sus adeptos anacrónicos y su lucha original contra lo esclorotizado y lo decadente se ha vuelto en su contra. En ese sentido los nostálgicos hablan de un regreso al helenismo, a la mitología clásica, al arte renacentista y decimonónico.
Otros, en su versión local, se alojan dentro de lo pintoresco, el folklorismo, la oralidad, la tradición irremediable y el coloquialismo a usanza. Muchos escritores vuelven a encerrarse dentro de la pequeña aldea donde pregonan su afán de verosimilitud, veracidad y representación. Desconocen que ser modernos, tal como lo escribe Henry Luque Muñoz, es “salir del saco amniótico de la parroquia y no temer al canibalismo primordial de apropiarnos de todas las opciones culturales (...) El regionalismo y el patriotismo a ultranza terminan siempre en riesgos: concluyen nutriendo sentimientos que rozan el fascismo, que nutren la xenofobia y el desprecio por otras parcelas culturales y humanas”.
Pese a todo, sobreviven el sentimentalismo romántico, la didáctica moralista y la representación cruda de la realidad. Suponen,  erróneamente, como lo afirma Pablo Montoya, “que por reflejar la exactitud merecen ser llamados artistas”.
Nada de desavenencia con el pasado, poca incertidumbre y transformación, sólo recuerdos fragmentados y anecdóticos sin voluntad creativa y crítica, afán por lo habitual, lo común y la costumbre, actitud propia de una comunidad pequeña y cerrada, tal como afirma Ríos Carratalá: “La cerrazón de una comunidad poco dúctil y que rechaza lo ajeno o distinto, se encierra en sí misma y suele manifestar su actitud hostil ante cualquier posibilidad de cambio”. Es el reino del dogma y de lo monolítico, del conformismo mediocre y silencioso de quienes poseen un respeto desmesurado por la tradición, sin enriquecerla o modificarla. Porque el provincianismo, más que una fatalidad geográfica, es un estado del espíritu. “Todos en alguna medida han sufrido el provincianismo, en La Habana, en Londres, en París, en Buenos Aires…en Remedios, en Zulueta, en Camajuaní, en Sagua la Grande; pero sólo unos pocos supieron elevarse”, afirma Mauricio Escuela Orozco.
Dicha vuelta al provincianismo por medio de  un afecto localista es palpable. Benéfica es su actitud cuando se trata de reafirmar la identidad o advertir afinidades culturales de enorme valía. Nociva al levantar los muros  para negar la modernidad y la universalidad o al llegar a pensar dogmáticamente que los hábitos, experiencias y productos particulares, propios de la provincia, son siempre lo  mejor. ¿Regionalismo fanático y excluyente, reflejo erróneo que mezcla intereses políticos y económicos, otra manera del subdesarrollo, sentimiento de inferioridad? ¿Atraso cultural en cuanto a pobreza e insuficiencia del pensamiento y de las obras? 
Según palabras de Michael Ende, provincianismo es un aferrarse miedosamente a convenciones, vacías ya de contenido. Lo cierto es que una de las vías para consolidar lo parroquial es la mitificación de ciertos personajes, quienes valiéndose de su poder intentan legitimar una obra casi siempre mediocre (la política reemplazando al arte). El crítico Mario Sesti ha llamado Claustrofilia a lo que ocurre exclusivamente en un ámbito doméstico, limitado a las cuatro paredes, pero donde no es posible comunicar, cultivar la propia individualidad ni desarrollar un drama donde el mundo particular esté integrado al cosmos total. El tránsito del “refugio de la intimidad” al espacio universal se ve truncado debido al provincianismo.

Sombrío y limitado panorama de orfandad y aislamiento cultural, “los tiempos muertos de la provincia”, según Luciano Egido. ¿Esquizofrenia disfrazada de identidad?