El inminente adiós - Cuento


Por Eduardo Tovar Murcia*

El dolor no nos sigue: camina adelante.
Antonio Porchia

Hace un cuarto de hora el hombre mira dormir al niño dentro de la cuna. Lo hace desde el vano de la puerta. La escasa luz de la habitación es proveída por una pequeña lámpara con forma de payaso de la se desprende una especie de sedimento lumínico entre naranja y rojo. No se atreve a entrar. Siente palpitar su corazón, casi lo escucha palpitar. Todavía está excitado. No acaba de entender qué pasó. Sabe que no fue la mejor decisión, pero muchas veces las alternativas se reducen a un único camino, piensa. Tal vez, de algún modo incomprensible para él, lo que había ocurrido debió ocurrir.
De otro modo no se entiende que su mujer hubiese insistido tanto en presionarlo cada vez más hasta llevarlo a actuar. Más de una vez le había advertido que su carácter calmo y dócil tenía límites, que por favor cambiara la actitud si quería que su matrimonio perdurara. Pero ella insistió, cada mañana, cada tarde, cada noche, siempre con lo mismo: que Adelaida era su amante. Algo que, en principio, no era cierto.
Pero llegó a serlo. Y justo hoy.
Fue tan profunda la convicción que tenía su mujer acerca del adulterio que simplemente él, ante la testarudez y la continua retahíla, decidió justificar los celos y las acusaciones con actos. En principio no tenía planeado serle infiel, pero fueron más persuasivas las cantidades inenarrables de licor y de caricias que Adelaida le proveyó esta noche de viernes en que decidieron salir junto a sus compañeros de oficina para relajarse luego de la ardua semana de trabajo.
El arrepentimiento sobrevino, desde luego, pero era demasiado tarde. Antes de que amaneciera se levantó de la cama con la borrachera y el cargo de conciencia todavía en la cabeza. Cuando llegó a casa su mujer empezó a gritarlo, a ofenderlo, a marcarle el rostro con las uñas. La prueba de la infidelidad se manifestaba fulgurante en el aroma a mujer, en el pañuelo, en su cuerpo amoratado. Pese a la evidencia, no soportó los reclamos. Los tragos y un sentimiento de profunda indignación se manifestaron en su ánimo y no toleraron más las acusaciones, así fueran fundadas. Entonces respondió de la peor manera.
Ahora avanza hasta su hijo mientras se apoya en la cuna: la piel tersa, mullida, cubierta de una leve pelusa. Por momentos el infante se chupa el labio inferior con el de arriba como si tuviera el regazo materno entre las encías. No sabe qué hacer mientras lo observa dormir. Se limpia el sudor que le platina el ceño y enseguida extiende la mano hacia el pequeño. La consternación que siente cuando lo acaricia es proporcional al llanto que empieza a caer de sus ojos una vez se da cuenta que lo toca con la mano todavía impregnada con restos de sangre ―una pátina escarlata, casi negra―, que le embadurna el cachete izquierdo al bebé.
Ese contacto con la sangre de su madre acaso sea el último acercamiento que el bebé tenga con ella, piensa.
Eso está por verse.


*Eduardo Tovar Murcia nació en Neiva en 1982. Comunicador social y periodista de la Universidad Surcolombiana. Maestría en Literatura Universidad de los Andes. Los Dominios de la mentira es su primer libro de cuentos. El relato aquí publicado fue ganador del concurso Departamental Humberto Tafur Charry 2012.