La encrucijada de Siria


Por José Chalarca*

Estoy aquí en un país del Nuevo Mundo, al decimotercer año de la segunda década del siglo XXI, con el corazón transido y la razón muda ante los sucesos que tienen ocurrencia en el Oriente Próximo del mundo más antiguo, concretamente en Siria.
Y no salgo de mi asombro ni encuentro explicación, ni mucho menos razón suficiente para que el gobernante de ese país, cuyo pueblo y nombre se proyectó en la historia antes de que se inventaran los siglos, enceguecido por la ambición de poder, haya recurrido al uso de armas de destrucción masiva para quitar de en medio a quienes no están de acuerdo con su régimen de gobierno y su intención de detentarlo sin límite de tiempo.
Siria que ocupa un lugar de privilegio en la zona de la geografía terrestre donde los hombres inventaron el mundo, exhibe en sus anales una sucesión atropellada de adversidades que le han dificultado al máximo ser ella misma. Sin embargo ostenta una personalidad definida que le acredita un lugar entre las naciones del mundo.
Su historia se remonta al principio de los siglos y los nombres de sus ciudades han protagonizado escenas memorables que recogieron las literaturas más antiguas de la tierra.
Este pequeño país que despliega su extensión entre Turquía, Arabia Saudita, Iraq, Israel, Líbano y Jordania,  sólo consiguió definir su entidad en la cuarta década del siglo XX pues desde los albores de la civilización ha estado bajo el dominio, primero, de los Faraones, luego de los turcos, los ejércitos de Alejandro Magno, las legiones del imperio romano y los ejércitos de Bizancio. En los tiempos de la Era Cristiana ha estado ocupado por Francia, otra vez por Turquía, hasta cuando la ONU lo reconoció y proyectó a los tiempos modernos como República Árabe de Siria.
Según lo acreditan los registros históricos Siria ha venido de una dictadura militar a otra y no ha podido disfrutar de las pretendidas mieles de la democracia hasta desembocar en su ahora convulso y trágico, azotado por la guerra civil que enfrenta a un grupo numeroso de ciudadanos inconformes con el régimen dictatorial de Bachar al Asad.
Resulta muy difícil saber con exactitud qué es lo que pasa allí dada la multiplicidad de elementos del orden político, religioso y económico que mueven el conflicto. Los políticos pueden apuntar al sistema de administración y manejo de la cosa pública del gobierno al Asad. Los religiosos, aunque la religión es el Islam, estarían determinados por la búsqueda de protagonismo de facciones como los drusos, alawitas, sunitas y chiitas, y entre los económicos, no obstante ser un país predominantemente  agrícola, tiene importancia las cuantiosas reservas de sal, petróleo y gas natural, que concitan el interés de sus vecinos y del resto del mundo, que a estas alturas del desarrollo científico y tecnológico no ha logrado superar su dependencia de los combustibles físiles.
A esto hay que sumar los grupos terroristas extremos de fundamentación religiosa y política Al qaeda y Heizbola, que seguramente interactúan con sus epígonos del resto del mundo árabe y de todo el planeta.
Un hecho es evidente: la fuerza mayor del gobierno en ejercicio y su recurso desesperado de echar mano de armas químicas contra el minoritario y más débil segmento de los inconformes, con el resultado tenebroso de miles de muertes que involucran población civil, mujeres y niños, como lo dejan ver las macabras fotografías que han logrado superar el estrecho cerco de la censura y ser publicadas en la prensa internacional.
Ante esta dolorosa tragedia que aporrea la conciencia de las gentes sensibles de todo el planeta, las dos mayores potencias que se disputan la supremacía, una, la que apoya a los insurgentes, propone como solución el bombardeo de las dos ciudades más importantes, Damasco, la capital y Alepo así como los sitios estratégicos del ejército del régimen; la otra, Rusia, que se declara a favor de Bachar al Asad, argumenta que acudirá en su apoyo y dada la condición del territorio donde se asienta la República Árabe de Siria, la región musulmana de ese sector de la cuenca del Mediterráneo, posiblemente arderá en llamas con lo que la medicina propuesta por Estados Unidos resulta más venenosa y dañina que el mal que se pretende erradicar.
Los combates no paran y los pobladores de ese pedazo de la tierra en donde un maestro fantasioso sorprendió nuestras mentes infantiles ávidas de aventura y leyenda con el comentario a una clase de religión, apoyada en la Biblia, de que allí, al nororiente de Siria en una zona ubicada entre el río Éufrates y una sección del Tigris que le sirve de límite con la legendaria Turquía, estuvo situado el paraíso terrenal.
Asumo el riesgo de no haber dicho nada nuevo hasta aquí, pero lo cierto es que los ojos de todos los habitantes del planeta están puestos en Siria con la doble pena de no poder hacer absolutamente nada ante su cruel desangre y la perspectiva de una tercera guerra mundial, de la que tal vez la tierra jamás se reponga.
Ante estos crímenes y los que se han cometido y cometen hoy en otros pueblos de los cinco continentes sorprende y, duele sobre todo, registrar el que al cabo de tantos siglos de cultura, de la Biblia, del Corán, de las lecciones de Buda y los sabios compendios de la filosofía oriental, el progreso y el desarrollo moral y ético de la humanidad, no haya logrado superar el estadio primitivo del hombre de las cavernas.


*Narrador y ensayista colombiano