Frank Dimas


Poeta, narrador, crítico y ensayista cubano, nacido en Marcane (1966) en la provincia de Holguín. Casi toda su vida vivió en Santiago de Cuba. Ganador de varios premios y menciones en certámenes provinciales y nacionales en Cuba, entre ellos, mención en el Concurso Nacional Regino Botti (1996); Premio en el género de Décima del Encuentro Nacional de Talleres Literarios (1997); Premio de la ciudad de Santiago de Cuba en el género Poesía (1999) y (2004). Recibió en esta misma modalidad el primer premio en el Encuentro de las Siete Villas, Baracoa 2000, y en el 2001 en el Concurso Nacional Espuela de Plata. Ganador en el género de Ensayo en el Concurso Nacional Arrecife 2003.Obtuvo además el primer accésit en el Premio Nacional José María Heredia (2006). Tiene publicados los libros: Poemas del ayer distante (1989, publicación personal), Bajo mundo (2001), Rosa insular (2002), el Vuelo de los Buitres (2002), Vivir la Isla (2006), Los poemas del cuerpo (2011).

EL GALLO

Parado en lo más alto del flamboyán, con la cabeza metida en la cuerda de la soga, amarrada un metro más arriba, amenazaba a La Policía con colgarse si no le entregaban su gallo fino. Algún murmullo generalizado, a ratos era interrumpido por sus trágicas palabras. No pocas personas le pedían a gritos que se bajara. Los que imaginaron el dinero que le proporcionaba el gallo, sospecharon de lo legítimo de su resolución, y no se limitaron en decirles a los policías que al menos le mostraran el animal. Empezó a sacudir el árbol con un continuo escarceo, una mano permanecía agarrada a la soga cerca del nudo para asegurar el equilibrio, la otra cerraba el lazo en el cuello. Los pedidos se convirtieron en súplicas, en ruego común. Pero el hombre se detuvo y aflojó el lazo cuando uno de los guardias le mostró el gallo. Era hermoso, nunca había echado una pelea, lo único que hacía era cantar y cantar con su sonido atiplado de gallo fino.

Contempló a la multitud, tuvo conciencia de ella y sintió vergüenza; el ruego había cesado paulatinamente para convertirse en expectación. Comprendió con el silencio que todo espectáculo merecía un máximo de entrega. Flaqueó un instante y buscó en vano una mirada compasiva; entonces la vergüenza tuvo el sabor amargo de la convicción. Liberó su cuerpo y saltó al vacío. El aire pareció estremecerse.