Zayrho de San Vicente (Colombia)



Médico con énfasis en Salud Pública de la Universidad De La Sabana. Especialista en Epidemiología de la Universidad del Rosario. Miembro fundador de la Fundación Fahrenheit 451. Ganador de los concursos de poesía y cuento de la Universidad de La Sabana en 2008. Investigador y escritor sobre ritmos afrocubanos: salsa y jazz latino. Bailarín consumado y percusionista con énfasis en ritmos latinos.


CÍRCULO DE SANGRE

Figuras disecadas, rostros sin mirada embalsamados con ataujías y maquillaje.
Eso eran los aristócratas para el joven esclavo

Las óperas y las zarzuelas carecían de magia,
no había nada en sus frases que pudiera evocar naturaleza,
no había cadencia en esos actores de alma decrépita.

Procesiones callejeras, misas vespertinas:
Los cánticos católicos solo se mecían en el aire
despertando los rezos de gente incapaz de ver las danza colorida de los Orishas.

La melodía del piano de cola sonaba tan lúgubre
como el llamado de las campanas a las doce.
Todo era para los colonos un coro de cementerio.
Sus rituales eran una caricia melancólica para los muertos,
un llamado a imágenes inertes adornadas con retablos.
Ignoraban por completo el regocijo de las ánimas,
el vigor de los muertos vivos, los espíritus viajeros del viento.

Los golpes del Batá abrían el escenario:
Haciéndonos retorcer de un lado a otro, agitando nuestros pies
como si camináramos sobre alfombras de carbón al rojo.
Mecíamos pañuelos blancos al ritmo de las palmas.
Convulsionábamos de júbilo escuchando las aves degolladas.
Era una comunión con la vida, un espiral entre lo humano y lo impredecible.
Lenguajes extraños para los señores de las haciendas,
–Aquellos hombres apartados del umbral,
                                 lejanos de la puerta que comunica con la otra orilla–

No pertenecíamos al mundo conocido por los ilustrados,
nos miraban como bestias salvajes y analfabetas.
Pertenecíamos a los bosques, a las cascadas, al mundo natural,
a los caminos desconocidos del rey y sus corceles.
Éramos fantasmas en un mundo de porcelana
pero en las noches éramos libres, bebiendo sedientos la sangre de los Loas.