Mar Antiguo de Emilio Izquierdo



Por Antonio Correa Losada*

El mar como presagio, vértigo, encuentro, mueve los poemas de Emilio Izquierdo. Hay cierta desesperanza en su escritura. Sabemos que en la inanidad del ser se enfrenta la lucidez, pues, no hay obnubilación por la furia desatada del océano o su aparente calma. Intimida su símbolo de magnificencia, origen y fuente que nos interroga con crueldad. Entonces, ante nuestro propio reflejo recordamos con obsesión que somos briznas de ambición y, sólo en la confrontación podemos considerarnos seres íntegros.
Es Butes, el remero de la antigüedad, quién impulsa la nave de Ulises y, en un acto de amor a la ebriedad –y no a la posesión-- se lanza sobre las olas embravecidas, atraído por la funesta seducción del canto de las Sirenas. Esos pájaros con cabeza y senos de mujer que arrancan con un instrumento musical un llamado insondable, mientras Ulises se amarra al mástil y la tripulación avanza con tapones de cera en los oídos. Metáfora de Butes --el ser audaz y mítico que Pascal Quignard ha rescatado del olvido— el poeta se zambulle para encontrar el sonido primigenio de las cosas en el movimiento sinuoso de las mareas.
Es lo que busca la poesía como experiencia junto a la música. Y la erranza, esa necesidad quieta de lo mudable. “He declarado mi amor / tanta veces al mar. / Cuando navego / mi brazo puede / con facilidad alcanzar pequeñas olas”, dice Izquierdo. O en la deliciosa complicidad “Mar que me sabe a nueces” O el oscuro “Mar antiguo / que recorre frío los cuerpos / de los que ya tiene el olor de la deportación.”
Mares del Mediterráneo, el Oriental Caspio, el Mar Océano que se golpea hasta el final de los Andes. Emilio Izquierdo dice en “Mar Antiguo II” Hablo siempre del mar / que está aquí cerca en la imaginación / que no evade el momento / de lanzar la vela al horizonte”. También, suelta un abierto augurio cuando exclama “El mar existe en la nostalgia del que se ahogó”.
Es el viajero en tránsito por México, Río, el inquietante Golfo, o la invisible Ciudad de Cristiania. Avanza entre la incertidumbre de la niebla para encontrar su Ítaca, nuestra Ítaca, la que llevamos dentro como una flor de agua de los Andes, que esplende frágil e imperecedera en la memoria.

*Poeta y editor colombiano residente en Ecuador