Enrique Solinas (Argentina)


Nació en Buenos Aires en 1969. Es Profesor en Letras y Ciencias de la Comunicación y Licenciado en Letras. Desde 1989 colabora con publicaciones de Argentina y del exterior, ejerce la docencia y forma parte de grupos de investigación sobre antologías poéticas como así también sobre literatura y mística (CONICET y SIPLET). Publicó en poesía: Signos oscuros(1995), El gruñido (1997), El lugar del principio (1998), Jardín en movimiento (2003, Noche de San Juan (2008), El gruñido y otros poemas (2011), Invocaciones –cuatro poetas en la voz del mito– (2012, en colaboración). En narrativa publicó el libro de cuentos La muerte y su conversación (2007). Obtuvo el Premio Rotary Club Bienio 1990/1991, el Premio Nacional Iniciación Bienio 1992/1993, de la Secretaría de Cultura de la Nación, y el Premio Dirección General de Bibliotecas Municipales de Buenos Aires 1993.

 

 

EL ROSTRO DE DIOS

a mi madre, in memoriam

Esa mujer
extendida hasta nunca debajo de la sábana
no muestra signos de respiración.
Apenas es el resto de una imagen,
el personaje principal en bastidores
no disponible para despedidas.
Hacia los costados,
sus brazos se alargan y tocan el infinito.
Las manos se apoyan en oriente y occidente
sin ganas ya,
          sin intención.

Descorro la sábana y al mismo tiempo
vuela una mosca como ninfa sorprendida.
He aquí la cuestión:
sus labios entreabiertos y la piel extraña
contrastan con el gesto de una sonrisa,
y el único signo de vitalidad
es la mosca
que ha bebido toda su respiración.

Si la mujer sonríe es porque sabe algo
que nunca terminó de decir.
Si la mujer sonríe
es porque nos ha engañado
y nunca sabremos el motivo.
Pasa el tiempo como la vida pasa,
como pasa lo bello y lo triste.
Luego la abrirán en dos
para saber la causa de su fallecimiento.
Luego,
su rostro cambiará y será otra,
alguien desconocido.

Ahora sé que éste es el rostro de Dios:
una mujer que se va y la mosca que sonríe,
compartiendo la misma despedida.
Tan sólo nos queda
cubrir el cuerpo de la desesperanza
y contemplar el aire de la noche,
fatal y divino.