Desde las lomas ipialeñas de Luis Ramón López



Por Julio César Goyes Narváez


Caza de Libros en coedición con la Casa de la Cultura de Ipiales y la Secretaria de Educación del Municipio, el 6 de diciembre del 2012, presentaron dentro de la colección Prosas y Versos el libro “Desde las lomas ipialeñas” del poeta Luis Ramón López Mora. Es un libro de experiencia imaginativa, leve palabra tocada de cabelleras al viento y noches negras –el epíteto es surreal. Exceso o precisión de la mirada y del oído, en cualquier caso, siempre concentración para sugerir la verdad subjetiva del poeta, la misma que ha conocido en su caminar por las lomas de Ipiales y que una vez realizada en escritura, participa y dona. El texto también incluye las plumillas de su autor­ y da forma a un mundo personal, por ello tan solitario como irónico, una creatividad por varios años sostenida en la oralidad y las tertulias lugareñas. Lida Elizabett Enríquez escribe en el prólogo que la obra poética de Luis Ramón llega “fresca y liviana, sencilla y profunda”; nada más cierto, aparece en un momento en que la frontera nariñense se tensa y conmueve por el conflicto social y económico provocado por oscuras fuerzas criminales, sin que las instituciones gubernamentales puedan retomar el control territorial, ni proteger el patrimonio cultural de una de las regiones más hermosas de Colombia. La poesía, con su acto inconforme, profundamente humano y creativo, redime la rica y variada cultura de la ciudad de las nubes verdes.


Los secretos de los árboles

El viento peina la verde cabellera de los árboles.
Los troncos bañan con la brisa su rostro de madera.
Una lagartija al pie del árbol lo rodea.
El viejo árbol cruje sus fuertes brazos pletórico de hojas
en sus manos.
En el atardecer un trueno los despierta y un huracán se
destella a carcajadas.
En las noches los viejos árboles de espantos se disfrazan.


A los amigos nocturnos

La noche se arrastra en un hombre que el alcohol derrota.
Son las noches negras y frías aquí en la provincia.
El frio afloja los huesos, humedece la nariz, en las calles
hay un grosero murmurar, un tosco insulto.
La noche un techo oscuro.

En la provincia no soñamos porque aspirar a soñar en estos pueblos es peregrinar a la pesadilla.

Si hay algo maravilloso en las noches de provincia es quedarse anclado en un aire de neblina, el humo helado que te sumerge en un sueño polar, tal vez como un esquimal.

El delirio que produce la embriaguez nos hace locuaces fantasmas.
La llovizna asalta como un gato blanco, cae suave delante de nosotros.

De pie estamos en la noche sin querer renunciar, como si aspiráramos a un acontecimiento que nunca llega, pero siempre firmes hasta tarde de la noche, hasta que en ella sopesa la culpa, el cansancio, o simplemente el volver por entre enlodadas calles que parecen inundadas de coronas plateadas, calles enlutadas, fango y soledad.

Un aullido, unos ladridos, tras tu andar sombras de la noche vas dejando, vas entrando a esas calles de bombillas quemadas.