Contra los Premios

Por Arturo Cortés Sanabria

Con-Fabulación publica el agudo Decálogo del catedrático universitario Cortés Sanabria, esperando que ayude a reflexionar a los organizadores de concursos literarios, y a quienes gobiernan la política cultural de nuestros países hispanoamericanos, sobre la posibilidad de realizar convocatorias más elementales, justas y generosas.



 Asturias recibiendo el Nobel en 1967

No es mi interés reñir contra un premio en particular, pues en verdad todos me parece aborrecibles, ni contra las elecciones erráticas o manipuladas de los concursos con mayor bolsa en Hispanoamérica, pues desde hace décadas se sabe que a los escritores de las grandes editoriales sus patrones les “ofrecen” los famosos y efímeros galardones; sólo quiero mencionar algunos vicios bastante curiosos en que caen y recaen sin cesar los premios de literatura sin que nadie sensato impida este proceso recurrente. Me limitaré a enumerar algunas mal intencionadas o estúpidas costumbres de las convocatorias.

1. ¿Quién no ha visto con sorpresa que en España todavía convocan a numerosos concursos a Mejor Libro de Poesía con un límite de 500 versos cuando la poesía hace más de un siglo se escribe en prosa? ¿Están los organizadores viviendo todavía en el siglo XVIII?
2. Hay concursos que exigen un límite inferior y superior de poemas (de 30 a 60, en ocasiones), donde una obra como 20 poemas de amor sería excluida, o Altazor (compuesto por uno) tampoco podría concursar. A veces limitan por número de páginas (máximo 50), yo me pregunto ¿qué habría pasado con Canto general en el hipotético caso de que hubiese participado? ¿Por qué simplemente no se dice “un libro de poemas”? ¿O de cuentos?
3. En uno de los premios nacionales de Colombia realizado hace un par de años llamó la atención que los concursantes debían escribir debajo del título el número de la cédula, lo cual violaba su anonimia pues debido a las series usadas por la Registraduría era posible saber si era hombre o mujer, e incluso aproximarse a la edad del participante.
4. ¿Quién no se ha enojado contra el mal hábito de la Preselección, lo que constituye una fragrante usurpación a la identidad de los jurados y llega a veces a ser humillante para los autores debido a que quienes la realizan son estudiantes de primer semestre de literatura o gestores analfabetas?
5. En los fallos ¿por qué abusan tanto de la unanimidad si en verdad los jurados jamás se ponen verdaderamente de acuerdo? 
6. ¿Quién no ha leído las estúpidas Actas de Premiación donde siempre se afirma que la perspectiva del libro ganador no tiene precedentes en la historia de la literatura nacional, donde se asegura que el libro posee una excelsa unidad, y que su escritura es de un gran poder estético? ¿Por qué los sabios jurados no dicen algo que no sea un lugar común?
7. ¿Cómo es posible que los escritores de esa mafia literaria –cuando siempre se exige un libro inédito que no haya sido premiado- ganen dos premios con la misma obra, cambiándole un par de poemas y el título?
8. ¿Por qué eligen jurados que ni siquiera conocen el género que deben premiar y cuando realizan los informes sólo descalifican con un sartal de barbaries, según su mínima cultura adquirida como lectores de solapas?
9. No es justo que en las convocatorias nacionales de Colombia se alternen los géneros. Es decir un año Premio de Poesía, el siguiente Premio de Novela, otro Premio de Cuento, etc., Con el dinero que despilfarran en promociones, burocracia y publicaciones inútiles, cada año se deberían premiar todos los géneros, es lo que merece un país de 50 millones de personas.
10. ¿Por qué no se puede concursar por Internet, si el envío de una novela a España o a México (desde Colombia) cuesta más dólares que la bolsa ofrecida en muchos premios?

En otras palabras, ni el hábito hace al monje ni los premios a los escritores. Para terminar sólo me queda recordar que cuando Asturias ganó el Premio Nobel, su reconocido detractor, Gabriel García Márquez afirmó con desprecio: “Es tan malo que hasta se ganó el Nobel”. Claro, no había llegado aún el año 1982 para el soñador de Macondo.