Arrayán de Julio César Goyes


El poeta y cineasta Julio Cesar Goyes

En la pinacoteca de la Gobernación de Nariño (Pasto), el martes 21 de mayo a las 6:15 pm, Arturo Bolaños Martínez dialogará con Julio César Goyes, quien leerá algunos de sus textos del libro Arrayán, publicado recientemente por la Colección Los Conjurados. Entrada libre.
A continuación publicamos un ensayo de John O´kuinghttons, sobre el universo poético de Goyes.

Por John O´kuinghttons

La admiración por Islandia llevó a Auden y a William Morris a peregrinar la isla y a acercarla cuando la distancia sólo permitía la evocación. Algo no menos perdurable y comprometido quiso que Neruda, antifascista contumaz, recordara la dura experiencia de una España que comenzaba a padecer la infausta hegemonía de la falange.
La evocación es materia y principio de la poesía. Todo contenido, todo recurso y figura literaria le están subordinados. Podemos pensar en muchas razones que justifiquen esa sumisión. Como enseñó San Agustín, a los hombres no nos está dado vivir el pasado, pero se nos ha permitido su evocación; así como podemos hablar de un presente del futuro se nos ha cedido el misterioso placer y la misteriosa cuita de retraer el pasado, el magnífico don de poder revivirlo. Aquí talvez estribe la virtud de la evocación y la nostalgia, fundamento e inauguración de la literatura.
La poesía se ha hecho siempre con materias muy queridas: es imposible historiar esas inspiraciones sin acudir al amor, a la belleza, a la muerte, en fin, a la vida. Sea cual sea el contenido, cada emprendimiento del poeta implica alguna, si no todas, esas pasiones.
Cuando la poesía ha insistido en ser más forma que evocación ha generado, en el mejor de los casos, lectores perplejos. Creo que rara vez lectores complacidos y nunca lectores agradecidos. La poesía que escribieron los escaldos en el siglo XI es un buen ejemplo de lo anterior. Para los poetas de las cortes escandinavas la obligación y el sentido último de la poesía era la elaboración de metáforas alambicadas que debían ser descifradas por una platea, en lo posible, atónita. La fruición constaba en el desvelamiento de los enigmas, no en la evocación ni mucho menos en el sentimiento, que estaban prácticamente proscritos. Interpretados los versos, el poema se olvidaba, y con él el poeta. Quien hoy se acerca a Egil Skallagrímsson lo hace con curiosidad de filólogo, de historiador, difícilmente con el ánimo de un lector contemplativo.
Algo no menos visible le deparó el tiempo a la poesía de Oscar Wilde. El afecto del irlandés por evocar la Antigüedad y tierras que no conoció le inspiraron poemas que hoy no deleitan. Es un hecho pertinente el que “La balada de la cárcel de Reading” sea el único de sus poemas que no ha mellado el gusto actual. Justamente ése, el poema que más evoca el dolor verdadero de la soledad y el abandono. En su poesía, Wilde se impuso la tarea de que cada palabra fuese bella, y con ello se le fue de las manos la evocación. Uno de sus resultados fue la “Duquesa de Padua”, un ejemplo de teatro versificado que ahora leemos con cansancio y con no poca dosis de abulia.
Por muy desiguales que sean los resultados, la obra de evocación es casi siempre grata al aprecio público. ¿Acaso no es el Bergman de Fresas silvestres el más querido de los Bergman que existen? El apasionado, el normal y coherente Pasolini es impensable en una obra que no postule en cada imagen y línea la evocación de lo primitivo y fundacional.
En poesía, la forma no tendría que imponerse a la materia ni a la intención. Hay gentes, hay afectos que no consiguen desvincular el poema de la rima y del verso. Los griegos, el mismo Milton subestimaron la rima porque la creyeron un artificio superfluo como lo es la metáfora prestigiosa en Nicanor Parra. El pretexto de la estrofa ha servido también para que obras como Martín Fierro y La Araucana sean consideradas poemas, extensos poemas. Pero la evocación en Hernández y Ercilla está supeditada a la hazaña, a la pugna, al dibujo de caracteres, y esto los acerca más a la narrativa que a la poesía. Son, en definitiva, novelas versificadas. En el otro extremo, un futuro quizá impío, aguarda a los intentos de la poesía concreta.
La empresa de Julio César Goyes sabe muy bien de todo esto. Su libro, escrito en una prosa que linda con el verso, es un ejercicio de pura y genuina evocación. La experiencia de Europa, aquella tierra lejanamente cercana para un americano del sur, es para Goyes un descubrimiento que le era imperioso. Con ello prueba que todo viaje es una de las muchas formas que la felicidad y el conocimiento han encontrado para construirnos. La poesía de Goyes es también una estrategia para vivir el presente del pasado, una poesía sensual, visual, imaginativa. A cada momento pueden verse rincones, avenidas, ciudades, amigos. Una testigo, una oculta y latente testigo sugiere que la poesía de Goyes es literatura hecha para el amor, una literatura que reclama ser leída y compartida. Sin el itinerario que la testigo y nosotros seguimos, la nostalgia se tornaría en Goyes en un recuerdo artificioso, en el peor de los casos, en un motivo ornamental. Y éste es un azar extremamente peligroso para cualquier literatura.
Lo que escribe Goyes no busca el ornato. Prefiere, infinitamente, la declaración. El eco y la mirada es una obra primordialmente declarativa, pero también es conjetural. Sus versos, su prosa (no sé si la clasificación es relevante) cuestiona frecuentemente el ser colombiano. Nuestra tradición sureña ha osado enseñarnos que el ser colombiano, el ser chileno o el brasileño son una sola alma. Nos han dicho que el ser americano es un acopio de penas, historias y futuros comunes. No es un rasgo de pesimismo, empero, advertir que América es una tierra de países que se desconocen. Cuando Goyes conjetura sobre su Colombia no es desdeñable la posibilidad de que lo haga por América. Por eso no es trivial ni temerario leer El eco y la mirada como una evocación de la identidad común, un canto sereno y de fiesta familiar, mucho más optimista que la declaración que me he atrevido a consignar.
 En Goyes la referencia a Europa ahonda la nostalgia por América y prueba que a lo largo de nuestra historia no hemos hecho otra cosa que mirar el espejo ajeno y erosionar el nuestro.
Los versos de Goyes vibran, recuperan lo simple: la nostalgia como recurso principal de la creación poética. Goyes evoca porque sabe evocar, porque sabe hacer poesía.
El libro que tienes en las manos, lector, este libro que todavía no inicias, tiene el mérito nunca doloso y siempre encomiable de hacernos soñar, de recordar lo que incluso no hemos vivido.