A Lêdo Ivo, in memoriam



Lêdo Ivo
                                                                                          
Por Jorge Eliécer Ordóñez Muñoz

En la víspera de la navidad del año 2012 tímidamente los medios y las redes sociales anunciaron sobre la muerte del poeta brasileño Lêdo Ivo, acaecida en España. Se fue a despedir del planeta Tierra en Sevilla, patria chica de otro poeta luminoso, don Antonio Machado. Marchó a constatar lo que todo caminante avezado conoce: “no hay camino, se hace camino al andar”, sentencia válida para la vida, y su envés, la muerte.
A mediados de la década de los 80, en Calipoema, una bella revista que hacíamos con Horacio Benavides, Antonio Zibara y otros poetas, publicamos algunos textos del poeta de Maceió (1924): La Infancia Redimida, Los Murciélagos, La Lagartija, Adviento, El Paso del Niño. El impacto fue notorio; pocos conocíamos esta voz sencilla y profunda, esa poética esencial frente a los seres y las cosas, al amor y a las ciudades, al mar y a las pobres gentes que se apiñan en los terminales.
La compañía de Lêdo Ivo, desde entonces, se convirtió en un ritual, se incorporó a las tertulias con los poetas, los amigos de los poetas y los usufructuarios anodinos de los poetas. Su poema La Infancia Redimida fue algo así como un salvoconducto para entrar en nuestra logia. Quien decía algún verso del brasileño ya tenía patente de corso para continuar con esos cursos de bohemia, “sin disciplina ni desorden”, en la que nos sumergíamos en las eternas y frías noches del altiplano. Varias poéticas que vimos germinar entre los más jóvenes, forjaron sus hilos en la madeja de Lêdo Ivo: imágenes frescas y sorprendentes, cadencia con el lenguaje (tengo un ritmo demasiado largo para alabarte, Poesía), intrepidez en la escogencia de los temas, sesgos escondidos que saltan a la página, como el vuelo inesperado del pingüino emperador, cuando emerge veloz hacia la estepa nevada de la vida o hacia el laberinto de la muerte.  
Lêdo Ivo, poeta de Maceió, ya conquistó el otro lado: el de la trascendencia, el de la palabra encarnada en conocimiento, sabiduría y sensibilidad. Su poesía recorre variadas facetas del ser humano, y su condición, contradictoria y exasperante, desde la exaltación vehemente de la aldea natal, la muerte de un bombero, el asedio fallido de una jauría a la perra en celo (para constatar la inutilidad del amor), hasta la constante compañía de los murciélagos en una vieja heredad, la infancia, con sus barcos y su mar –mayor que el de Homero- inventados antes de haberlos visto; me atrevo a decir: por la gracia de la poesía; las necesidades del hombre, que incluyen la casa y el rayo (premonición de muerte, quizás, la suya propia). Sin aspaviento, como su Poesía, ha transmigrado Lêdo Ivo, pero nos queda incorporado su testamento poético:

               La alegría la acaba de crear este poema,
               Aunque sea trágica e íntima de la muerte
               La vida es un reino: la vida es nuestro reino
               no obstante el terror, el éxtasis y el milagro.

               ¡Cómo te soñé, Poesía! No como te soñaron…
               (La Infancia Redimida, fragmento)

Ivo prosigue la tradición de la poesía brasileña a que nos acostumbraron Manuel Bandeira, Drumond de Andrade, Geraldino Brasil, Vinicius de Moraes, esto es, la desmitificación de los temas sublimes, el atrevimiento lingüístico, la desautomatización de la norma, sin que la oralidad –como género discursivo primario- sea un correlato del acto de habla cotidiano, sino más bien un referente próximo, trabajado, contextualizado, vinculado al poema, sin caer jamás en la ligereza del robo a lo popular, a mansalva, (lo que crearía un costumbrismo soso y repelente), digamos más bien que instauraron una retórica de la sencillez –simpleza, ¡apártate!– lo que produce un artificio de cercanía con el lector medio, paradójico fenómeno de extrañamiento, porque le suprime al texto los excesos de una verbalización esotérica; a veces, hermética, otras, pseudobarroca.
Los brasileños son capaces de poetizar las piernas de un futbolista popular, la errancia de un perro en una favela, la publicidad de un jabón de tocador o los encantos eróticos de de una garota que danza en Ipanema. Lêdo Ivo es todo eso y un poco más, porque si bien su poética se nutre con las esencias de su aldea umbilical,  su conocimiento de la gran poesía universal lo proyecta hacia temas, tonos, ritmos e imaginarios más amplios. La lengua portuguesa, que nos dio el privilegio de acercarnos a Fernando Pessoa y sus singulares heterónimos, nos ha permitido sumergirnos en esta otra ínsula encantada, gobernada por un hombre sereno, tranquilo, que nos visitó muchas veces, en diferentes escenarios y siempre nos dejó la sensación de que escribir poesía, caminar por los pasillos de un hotel bogotano o leer, en español abrasilado, junto a poetas menores, era tan normal y milagroso como ver llover o asombrarse de las torcazas en sus rituales de cortejo. La vida fue su reino, nuestro reino.  
A él asistimos sus fervientes lectores. Un minuto largo de Poesía, en este enero perezoso, para evocar al vate –profeta, vaticinador, encantador– que nació, creció y vivió en el reino de la palabra. Con él creemos y celebramos que: “después del otro lado, hay siempre un nuevo otro lado que conquistar”.