A cielo abierto



Por Daniel Padilla Serrato*

Pero luego vi un agua repleta de ocasos
Profecía, Julio César Arciniegas

Midas muere de sed.
Tocó el agua con sus dedos, y en el dorado espejo vio su rostro
de fría fiebre.
Ni una gota moja sus labios, todo es un fuego de metal que permanece
inmóvil, a un pulgar de su agonía.

Le pidió a los dioses un don para que en sus manos brillara
el festín de los tesoros, y las flores fueran espadas,
los cereales monedas,
el destello de su barba un opulento atardecer en el borde de las copas.

Pero el aire se volvió una carga irrespirable,
la lluvia ceniza de agujas en la lengua,
la garganta un socavón sangrante,
el amor un veneno que oxida la piel.

Ahora recorre los recintos del festejo
con el beso de su hija como un grito clavado en el círculo de sus ojos.

Con los labios en jirones eleva un canto agrio
mientras se baña en la cloaca de azufre que brota de la cámara real
y sobre el reflejo devastado del cielo sus huesos
se disuelven en el hedor de los bosques podridos.


*Psicólogo egresado de la Universidad Surcolombiana. Estudiante de maestría en Literatura Latinoamericana en la Universidad Tecnológica de Pereira. Primer puesto XXIV Concurso Nacional de Poesía Universidad Externado de Colombia, Bogotá–2011.