Por Carlos Fajardo Fajardo *
“Se crema la Puerta del Futuro”, es la sentencia de Dante al definir la situación de los condenados en el infierno. Un no al sentido de la esperanza; un sí al concepto de confinamiento. Encerrada en una condición terrible, la cultura actual también nos estrella en la cara las puertas de un no futuro mejor, el sueño moderno de un bienestar histórico. He aquí el pesimismo y la pesadilla de nuestro tiempo, sobre todo cuando sufrimos la tragedia de un conservadurismo neo-oscurantista donde todo está ya sentenciado a padecer los regímenes de la tradición y de la no ruptura, como también la crisis de la comunicación y del lenguaje en una era de información comunicacional técnica. Desengaño de desengaños. Tal es nuestra condición generacional. ¿Cómo ha modificado esta crisis nuestra sensibilidad en las últimas tres décadas? Se ha ido desalojando una cultura de la palabra crítica y del hacer reflexivos, imponiéndose una razón efectista empresarial. Al decir de George Steiner, “la razón misma se ha hecho represiva. El culto de la ´verdad´ y de los ´hechos´ autónomos constituye un cruel fetichismo: elevado a la condición de ídolo de sí mismo, el hecho es un tirano absoluto frente al cual el pensamiento no puede sino prosternarse en muda adoración”. Es decir, “superioridad de los hechos respecto a las ideas”. (En el castillo de Barba Azul. Aproximación a un nuevo concepto de cultura. 2006, p.176).
Autoritarismo y despotismo de lo realista instrumental fáctico, de las “verdades positivas” que se convierten así en panópticos concretos y simbólicos. Un no al pensamiento crítico-creativo, un sí a lo productivo-pragmático, utensiliar. Esta tiranía de los hechos sobre la imaginación creadora y la razón estético-crítica se hace más diciente cuando elevamos a tótem la imagen de la violencia real y de la muerte como espectáculo mediático: el horror se escenifica; la sangre y los desgarramientos se implantan en el plató del teatro global a través de las redes digitales y telemáticas. Violaciones, desgarramientos, torturas, degollaciones auténticas, patéticas y reales son el triunfo de lo fáctico sobre el pensamiento lúcido, poético y racional crítico. Y ante estos espectáculos necrofílicos de los medios, diseñados para una cultura demasiado necrofìlica, están los espectadores ávidos de apreciar los asesinatos. Sabemos que la visión permanente del horror solo puede producir no repulsión y conciencia, sino indiferencia y cinismo, una cierta anestesia colectiva, una suspensión del juicio reflexivo del espectador. La imagen en directo de la muerte y las torturas, y la complacencia ante ellas, es el síndrome de una patología cultural que se satisface con la realidad del horror y el horror de lo real, es volver lo fáctico adoración. Según Michela Marzano:
Es el inicio de una “moda macabra”, la “realidad-horror” multimedia (…) En los sitios que propagan estos vídeos, se invoca el derecho de los ciudadanos a ser “informados”. En nombre de la libertad de la información se hacen públicas imágenes abrumadoras. Por otra parte, el acceso a la información se reivindica cada vez más como un derecho, el derecho a saber, conocer, forjarse una opinión propia… Sin embargo, a pesar de la aparente facilidad con la que cada uno puede ahora tener acceso a todo tipo de imágenes, surgen nuevos problemas. ¿Hay que mostrarlo todo? ¿Es realmente información lo que busca el que visiona estas imágenes? (La muerte como espectáculo 2010, pp.29, 33,34).
La llamada “libertad de expresión” es en realidad una libertad de empresa privada para los inmensos oligopolios mediáticos. Por lo tanto, éstos tienen vía libre para difundir, con irresponsabilidad ética, lo que beneficia a sus intereses económicos y políticos. Amparados en dicha libertad de expresión, las grandes empresas mediáticas falsean y distorsionan los hechos, gerencian el crimen, hacen apología a los regímenes policiales, infunden paranoias colectivas.
El despotismo del realismo total está despojando al espectador de espacios para la ensoñación y la ilusión estéticas. Los hechos de sangre se muestran de forma perversa. No hay espacio sugerente. La imagen para la ensoñación y la reflexión está concluida, aniquilada, terminada: es lo real-real. Más aún, son apologías a una realidad siniestra, elementos de propaganda y divulgación de cierta ideología del crimen. La representación estética sufre aquí de disolución. Estamos ante lo real-real presentado. Sin ambigüedad, el horror, la barbarie se hacen más patéticos. El miedo y el temor florecen como algo natural en los espectadores, la deshumanización es evidente y el desmonte de todo proceso ético civilizatorio se nos aparece viable y visible.
Entonces, violentar, torturar, hacer sufrir al otro y ponerlo en ridículo se nos vuelve divertido, show para todos, divertimento a costa del sufrimiento. El caso del Happy slappyng (felices bofetadas) es diciente: ubicar a la víctima, filmar la violencia ejercida sobre ella, la golpiza, la tortura –incluso su muerte– y después ´colgar´ en la red, con un cinismo absoluto, estas escenas. He allí el entretenimiento, la extrema violencia sin más, la masificación de un fascismo telemático en red.
De modo que el voyerismo de una sociedad necrofílica va en aumento. Se entreteje una sensibilidad que aplaude la variedad de la violencia y que consume como plato exquisito y favorito el desmembramiento, los secuestros, las ejecuciones con una actitud adormilada. Entonces la exposición del golpe al otro se hace normal. Cuando se mira el horror no se huye de él indignado, se actúa más bien con sentido cínico. El “ángel del horror” de Walter Benjamín encuentra su justificación: la historia solo es un pasado de brutalidad y de ruinas, el futuro una catástrofe. Se cumple así la sentencia de Dante: “Se crema la puerta del futuro”.
Como fanáticos de la destrucción los medios propician una sensibilidad sensacionalista, emotiva y emocrática en donde se ovaciona este espectáculo del aniquilamiento en el circo de la muerte. Es la barbarie en la llamada sociedad de la razón civilizada, la legitimación de la crueldad cotidiana. “Al otro” se le instrumentaliza, se le vuelve ‘artefacto’ de cambio y de uso. Este es el proceso que sufren tanto el receptor como el verdugo, es decir, se vuelven insensibles ante su semejante, que ya no lo es, puesto que es un objeto, se ha transmutado en una cosa: “el que está tumbado en el suelo, con los ojos vendados, esperando a ser degollado, ¿es un hombre? Sus verdugos, ¿son hombres? Y los que miran estos vídeos con indiferencia o con placer, ¿son hombres?” (Marzano, 2010, p. 93)
De por sí, la instrumentalización de las víctimas por parte de los verdugos, de éstos por parte del espectador y de los mismos espectadores, sólo cumple con las lógicas del mercado que proponen la compra, el consumo, el desecho y el reemplazo de los objetos. Al espectador se le vuelve receptor-usuario de estos dramas perdiendo toda índole de humanidad solidaria. Se impone así el horror como espectáculo y el espectáculo del horror en la burbuja mediática.
* Poeta, ensayista y catedrático colombiano.