Homenaje a H. Socarrás


Palabras leídas por el poeta H. Socarrás en su homenaje realizado por la Universidad de San Buenaventura, Cartagena, la semana pasada; tributo al cual se suma en este número Con-Fabulación.
Nacido en Bogotá en 1945 y exilado en una finca de la costa caribe desde hace una década, Socarrás es autor de Un solo aquello (1980), Trapecios (1981), Piel imagina (1987), Sin manos de atar (1989), Que la tierra te sea leve (1992), Cántico hechizo (1992) y de una antología de su obra titulada Poemas (1994)

Es curiosa la actividad del hombre que teme y se resiste a ser “una estrella solitaria”.
No quiere estar solo. Elude las astillas de un espacio misterioso y no le es suficiente ver su rostro reflejado en el agua.    
Busca a otros. Se reúne. Sube a los ojos y pone en marcha la maquinaria de la voz,  humedecida en los labios, para modular. Para cantar. Para llamar y responder.
Inicia este camino tormentoso, a veces equívoco, porque además de llevar el habla también lleva la memoria y el necesario olvido que a veces ayuda a rectificar.
Intenta manejar el asombro y sus peligrosas variantes.
El asombro íntimo, que lo hace vulnerable a la soledad del lugar.
Ha nombrado las cosas y se nombra. Con un significado eficaz. Seguro. Referido a alguna materia o figura que evoca acciones felices, como la magia, que no supera el extraño ejercicio de vivir.
Una mano es la sombra contraria de la otra y es un escudo protector; es una puerta; es una ventana para compartir los colores del mundo. Una mano que es un hombre hablante y otra que lo escucha actuando sobre la tierra, para proponer el necesitado alcance de su compañía.
Una mano como espada pronunciable para intentar lo que tal vez sea la armonía del estar.
Entonces, el experto en esa herramienta del lenguaje conquista y construye los espacios aptos para la ensoñación y el sosiego.
Puede comunicar la temperatura de sus sentimientos y los rasgos de sus señales interiores. 
Puede contar los árboles y las estaciones. Además, puede restar las adversidades cotidianas y los hilos neutros de su diario vivir.
Puede decir: Tengo hambre. Tengo frío. Quiero amar.
Así, van surgiendo afanosamente, la función de orden colectivo y su vital aporte en la participación lo de social.
Pero a veces yo voy, con los cuatro sentidos que me quedan, voy subiendo las escaleras eléctricas de un centro comercial y me pierdo; me parece haber entrado a un país equivocado; no sé, me confundo y mis pasos lo confirman: detenido frente a un posible abismo personal, veo inmensos letreros de cambiantes formas y colores anunciando marcas y locales en idiomas muy lejos del idioma que sabe abrir mis ojos. Muchas palabras extranjeras ofreciendo, invitando, atrayendo, motivando con sus dedos de pesca milagrosa. Red urbana en permanente cacería, con palabras que no salen de una boca sino de alguna condición que ignoro porque no es sutil, no es misteriosa, como la poesía.
Tenemos en nuestra lengua bellas palabras para nombrar objetos, acciones. Palabras como:
Ópalo, Níspero, Tamarindo, Leyenda, Clepsidra…
Tantas más…
Usemos nuestras propias guías para no salir del camino y encontrar los pasos hacia donde vamos.
Conservemos el idioma como una fuente de agua y como un pan.
Reservémonos el placer “de entender” para que la tierra nos sea leve y para acercarnos a lo que tal vez sean la armonía y la solidaridad.


REGRESO

Regreso al cordón alimenticio
que me une

con la mente de mi madre
abandonada.


Ella podía sostener la fuerza
y el dolor
al mismo tiempo.

También sabía proteger
mi cabeza
con su mano abierta.


A veces pensaba
mar
adentro

y comía sal y peces blancos

sin mirar atrás.


Podía dormir sobre las lunas
del día
y de la noche

como
un río
en su corriente

arriba
abajo

en el improvisado mundo que llevo
como un pequeño

arpón
que tal vez

o tal vez no

acompañe su magnífico rostro
que aún sueña

con un espacio
blanco

y con la eterna distancia.