Dioscórides entre las mujeres del loto negro

De Kunigushi o Cuaderno de los pequeños patrones. Shunga, Ukiyo-e. Período Edo (1603-1867), Japón

A continuación el magistral y cortazariano texto de Dioscórides Pérez (nacido en Pereira en 1950), profesor de grabado, dibujo y pintura de la Universidad Nacional, y especialista en arte oriental. Dioscórides recrea aquí su experiencia de interpretación a partir de la obra perteneciente al Cuaderno de los pequeños patrones, clásico de la cultura japonesa, con llamativos detalles sobre su experiencia en la elaboración de uno de los prohibidos Shunga (“imagen de primavera”), que escandalizaban a la sociedad nipona en el siglo XVII.
 
Por Dioscórides Pérez

Con el logo de una quimera, me llegó la invitación del periódico virtual Con-fabulación para que me uniera a un grupo de reconocidos pintores con quienes  se había armado una confabulación artística. La idea era tomar una obra erótica del arte universal y hacer una interpretación a placer, imagen y semejanza. Me gustó la tentación pero en ese momento estaba bastante ocupado con mi crónica sobre La sirena del Bramadero. Curiosamente, el cuerpo alado de la quimera coincidía con el de la sirena original. 


El samurái y las mujeres del loto negro de Dioscórides Pérez – Homenaje a Kunigushi o Cuaderno de los pequeños patrones. Técnica: Collage, grabado heliográfico iluminado (sumizuri-e), sobre papel de algodón. Tamaño: 38 x 49 cm.  Año de realización: 2012.

Tomé la coincidencia como señal positiva y decidí dividir el tiempo para poder confabular. Imaginé estar en la China imperial observando tras los biombos de nácar las apasionadas posturas de las mujeres de los pies diminutos practicando los secretos sexuales del taoísmo. Pero, se me atravesó un manual de arte erótico japonés y quedé estéticamente tocado y corporalmente incitado por los sexuales grabados. Entonces decidí trabajar con esas bellas mujeres de los “cuartos del placer”, que vivieron durante los hirvientes años del período Edo (1603-1867), cuyas imágenes, talladas en xilografía e impresas con tinta china y colores de acuarela esfumados, continúan alegrando la vista y conmoviendo el espíritu del deseo desde sus amarillentos tatamis de papel de hoja de morera.
Se cuenta que “en el año 764 A.C., la emperatriz japonesa Shotoku decretó la construcción de un millón de pagodas en miniatura. Cada una debía contener un proverbio budista. Para acelerar el ritmo de producción, se decidió grabar dichos proverbios, en lugar de escribirlos sobre papel”. Los grabados de los sutras y las imágenes budistas venían originalmente de China, pero, a partir de allí, los monjes japoneses desarrollaron un estilo propio de xilografía. En el siglo XVI, después de las batallas medievales, surgió una relativa prosperidad y señores de la guerra y comerciantes empezaron un proceso de urbanización y de negocios, hecho que benefició también a las artes. En este clima, los escritores se dedicaron a crear novelas y los artistas a ilustrar los textos.
Así aparecieron artistas que grababan en madera escenas de paisajes, imágenes de cortesanas, guerreros, samuráis y actores de teatro. Esta forma de imágenes se conocería posteriormente como ukiyo-e “pinturas del mundo flotante”, llamadas así en contraposición a las imágenes y textos sagrados usadas para salir de la rueda del samsara, “mundo doloroso” de muerte y renacimientos que señala el budismo. Estos ukiyo-e también ofrecían escenas eróticas, más allá de las 48 poses tradicionales, donde el sexo de los hombres se dibujaba de forma exagerada. Generalmente los cuerpos no se representaban desnudos, al contrario, casi siempre estaban cubiertos de bellas telas y sedas que con sus caídas y diseños terminaron instaurando un hermoso y tradicional estilo compositivo a la estética del acto amoroso. A estos ukiyo-e, que mostraban escenas eróticas y sexo explícito para el deleite visual- y también “para instruir a las niñas sobre el arte del amor y la higiene”- se les llamó Shunga “imágenes de primavera”. Estas se popularizaron rápidamente y fueron prohibidas y perseguidas, pero los artistas y editores se las ingeniaban para realizarlas anónimamente y distribuirlas en libros y hojas sueltas.
Así los grabados ukiyo-e, impresos generalmente en forma de libro, alcanzaron rápidamente altos niveles de sofisticación y calidad estética, y entraron a formar parte de la cultura japonesa, de tal forma que cuando una mujer se casaba, llegaba a casa con sus pertenencias y con un libro de Shunga como muestra de que conocía bien los oficios de alcoba, particularmente los allí grabados.
Convencido de querer trabajar con los grabados de primavera, preparé el cuerpo y el espíritu para realizar una emocionada visita a estas “casas del placer”. Una vez allí, se me ocurrió tomar algunas de las mujeres para realizar mi propia escena Shunga en forma de collage. Encantado por el aroma del sándalo, y por las escenas de placer que sucedían entre los adornados biombos, las florecidas sedas, los abanicos y los espejos, seleccioné cinco cuartos, capturé las imágenes y empecé a recortar. En el primer cuarto de Kunigushi, llamado el “cuaderno de los pequeños patrones” quedé sin aliento bajo el encanto de una mujer completamente desnuda que descansaba de espaldas, saciada de amor, mientras su amante se servía una taza de té. Aprovechando que el hombre estaba semioculto detrás de un mosquitero, recorté a la erótica mujer de voluptuosas carnes y leves suspiros y la traje conmigo.
Enseguida entré al cuarto de Shunsho, donde me enamoré del gesto extasiado de una mujer que es delicadamente masturbada por un samurái. Antes de que el hombre pudiera defenderse con la espada, los recorté a los dos omitiendo deliberadamente la enorme parte yang del guerrero. Después pasé a un cuarto del mismo artista llamado "El espejo de las lindas mujeres de las casas verdes, donde un grupo de damas se deleitaban con un juego poético y de un solo tajo separé con mi cuchilla a una doncella de piel de porcelana y manos de seda. Pasé luego al cuarto de koryusai donde se daban "Las nuevas pautas para las niñas”, y me llevé a la cortesana Mandayu, mujer experimentada que fuma su larga pipa mientras vigila sus niñas apoyada en el bordado de unas grullas blancas, símbolos de la inmortalidad. Antes de partir, del balcón de kiyonaga, arranqué un barandal y me cargué un bonsái. Satisfecho, con las manos y la barba untadas de cosméticos polvos de arroz y aroma de sándalo, salté fuera y apuré el paso de regreso a mi taller. Una vez allí, abrí una carpeta y tomé mi grabado “Los paseos del emperador Yu” y separé a un eunuco que carga en su espalda a un niño. De un pequeño dibujo a pluma rescaté dos peces y un dragón, de otro un árbol, unas piedras, el agua y el cielo. Después de barajar un manual de caracteres chinos seleccioné una antigua caligrafía tallada en piedra, y de un libro de pintura tradicional china recorté unas hojas de loto.
Bajo techo, escuchando música de kitaro, mantras, sonidos de agua y de campanas, o al aire libre, oyendo el cacareo cercano de las gallinas, las conversaciones de unos patos con los gansos, y esquivando sobre la mesa los pasos peludos de Mishima, la gata parda, alisté varias cartulinas para la aparición del nuevo shunga. Imitando a un demiurgo, intuí e imaginé malabares con los personajes sobre el vacío del papel: respirando profundo, moví y contorsioné los cuerpos por todos lados, los doble y extendí, los sobrepuse y traslapé muchas veces, adicioné otros, hice entrar y salir al dragón, eché agua, puse piedras y arena para un jardín zen, sembré un árbol, soplé nubes, agregué y sustraje pequeños detalles, cubrí y recorté bordes. Después retiré el paisaje.
Resulta muy difícil instalar cómodamente sobre una perspectiva renacentista unos cuerpos perfectamente acostumbrados a la perspectiva invertida de oriente. Por eso, solo en un tercer y mesurado boceto rectangular, la escena sobre el puente de un barco cobró forma, equilibrio y un movimiento intermedio que me satisfizo. Entonces procedí a fijar en posición final los personajes, a unir las fisuras de los trozos de papel, a eliminar con cuchilla y pintura blanca detalles perturbadores, y tracé con grafito algunos ritmos complementarios. Armado de plumilla, tinta china, y con un respirar tranquilo, redibujé lentamente todos los cuerpos, respetando la anatomía original y las características de los trazos derivados del pincel y de los cortes de las cuchillas sobre las maderas.
El oscuro e intenso carácter chino, huella del aliento del calígrafo, me sirvió de telón de fondo para la escena, pues su energía y movimiento configuran una especie de falo abstracto, que reemplaza las armas anatómicas que blandían los personajes en los originales, deliberadamente dejados por fuera de la escena naval. El personaje principal es el cuerpo desnudo de Bai, la bella mujer saciada, quien ahora, sola y relajada, cambia su posición horizontal por una expectante diagonal sobre la esterilla, donde sonríe y respira lenta y profundamente, mostrando un intenso goce que la lleva a un prolongando éxtasis tántrico.
La otra mujer, excitada vaginalmente por su acompañante-que toca con habilidad las cuerdas de su delicado instrumento- se recuesta contra el biombo, inhala profundo, emite suaves gemidos de éxtasis, y se templa de placer como lo muestran su cuello estirado y los contraídos dedos de su pie; a pesar de la agitación su hermoso peinado no se revuelve ni pierde la delicada expresión de su mano. Mandayu y la niña de las manos de seda, situadas discretamente detrás de ella, observan la escena con ávido placer y envidia; la picardía de sus ojos pequeños las muestra en una acción de lúbrico voyerismo que es tradicional en las xilografías y pinturas eróticas orientales. Tang, el eunuco, que va de paso en sentido opuesto a la caligrafía, se detiene por un momento para mirar de reojo la escena. Arriba de todos vuela un pez que parece dirigirse rabiosamente al sexo de la mujer extasiada; abajo, desde el lago, salta otro pez que penetrará la vagina de la mujer masturbada. Toda la escena sucede sobre un barco, apenas bocetado, detenido entre un lago de lotos negros y un bosque de bambú imaginado.
La intención era trasladar los personajes a una matriz, imprimirlos y colorearlos con tacos de madera, usando la antigua técnica china de tinta y acuarelas. Pero no hay tiempo para esta delicada alquimia de dibujo, tallado y feng shui, que exige trabajar con paciente concentración por lo menos durante una estación. El tiempo dado para el juego es corto; la cita para reunir y exponer todas las interpretaciones en una galería estaba encima y la sirena me reclamaba. Conozco perfectamente la técnica de agua para colorear las xilografías, y especialmente el secreto de los esfumados policromos tradicionales (nishiki-e), pero las circunstancias de tiempo obligan a trabajar un dibujo en seco.
Entonces, fijé el barco, los cuerpos y los peces, e hice unas pruebas de grabado heliográfico monocromo (sumizuri-e) sobre papel de algodón; el resultado fue una imagen de aspecto colofoneado, cuya penumbra era un reto a iluminar. Satisfecho, puse sobre la mesa el shunga nocturno, brochas de limpieza, tinta china, afilé lápices de colores, alisté piedras de sello y tinta de cinabrio, y me dispuse a colorear los personajes, sus vestidos y peinados y la atmósfera.
Trabajé varios días bajo techo, y en días soleados puse la mesa bajo el jazmín y los sauces del jardín. Con paciencia, practicando ejercicios previos de Tai Chi, bebiendo tazas de aromático té, y siguiendo mis propias Instrucciones para sacarle punta a un lápiz, fui recorriendo con los afilados lápices de cera los íntimos detalles de la anatomía femenina, el sexo, el cabello y los vellos, el rostro, pies y manos, cada movimiento de las telas y los tocados, tratando de rescatar los bordados floridos de las sedas. Con ardor, imité el húmedo esfumado tradicional del cielo de los ukiyo-e usando un intenso color corazón de durazno, fruto símbolo del sexo y la larga vida, energía yang del dragón que desciende del cielo y que se refleja abajo en dirección al sexo de la mujer sentada. Trinan los pájaros, canta el gallo, ladran los perros, Mishima se pasea sobre los cuerpos y les entierra sus uñas. Sobre el cielo azul el sol rechina, desde oriente el viento sopla, levanta los papeles y arroja los colores al césped.
Incitado, toco con los lápices los perfiles y la carne rosa de los cuerpos; sobre el barco caen hojas de sauce. El deseo pulsa al máximo; un tigre de bengala me camina entre pecho y espalda: sus rayas negras bajan por mis piernas desde la ingle a los tobillos. Siento que me falta la humedad y el aliento de mujeres japonesas reales que caminen sobre mi cuerpo desnudo. En la crónica mencionada cito como El Bosco encuentra en un canal holandés a una sirena y la mantiene en secreto en su taller; ella aprende algunos gestos y palabras, inclina la cabeza frente a un crucifijo, y hace el amor con el pintor. Definitivamente la energía y el aliento de esa mujer-pescado le ayudaron al alucinado artista a pintar con maestría las sirenas azules que juegan con esferas rojas en el panel central de su Jardín de las delicias. Con el deseo atragantado, recorro con púrpura el perfil de la caligrafía y con azul intenso el agua. Doy por finalizada la confabulación erótica y la bautizo como El samurái y las mujeres del loto negro. Luego estampo sobre un papel de arroz color salmón mis sellos de piedra chinos y trazo la firma y una caligrafía de dragón, para sobre pegarlos. El ritual tántrico ha concluido. Estiro el cuerpo como un gato y agradezco a los verdes espíritus de la naturaleza que me acompañaron y protegieron bajo su sombra para realizar este shunga.
Como dice el oráculo del I Ching: es propicio cruzar las aguas sin mojarse la cola. Esta confabulación erótica resultó ser un estimulante juego creativo. La estrategia del collage fue un viaje en el tiempo, un salto a otra dimensión; algo parecido a lo que sucede en una escena de la película Sueños, de kirosawa, donde un pintor japonés que observa una pintura de Vang Gog en la sala de un museo, se siente tan atraído por el campo de girasoles que simplemente da un salto y penetra caminando en el paisaje francés. Yo ingresé con la imaginación y mis deseos en las “casas de placer” del siglo XVIII, penetré en las sus libidinosas escenas de alcoba impresas sobre los ambarinos papeles de Mino, y robé con precisos cortes de metal los eróticos personajes para traerlos a esta dimensión, donde mi aliento y mi toque hicieron revivir sus agitaciones amorosas sobre la superficie de un papel de algodón.
Además, como procuro hacerlo siempre, en paralelo a mi trabajo de dibujo y de performance, también tomé fotografías del proceso, desde la visita a las “casas de placer” hasta la estampación de los sellos. Pero, en esta ocasión, también realicé tomas de vídeo; así que trabajé con el lápiz en la mano derecha y la cámara en la izquierda, exageradamente pegada a la punta del lápiz y al papel. Trabajar con un ojo sobre el laberinto de detalles del Lago del loto negro y con el otro puesto en la pantalla de la cámara fue una experiencia gratificante para los dos cerebros. Finalmente, encendí una varilla de incienso a Ama-no Uzume para que calmara mis deseos.

Dioscórides —Funza, Colombia— Bajo el árbol de sauce, marzo 12 de 2012