Borges, el paradójico


Por José Luis Díaz–Granados*
 Un mediodía, el secretario de un rey fue al mercado y se encontró con la Muerte en figura de un encapuchado, que al instante le hizo un gesto amenazador con la guadaña. El secretario aterrorizado, regresó al palacio y le contó lo ocurrido al monarca.
—Le ruego, Majestad –––dijo en tono angustiado––– que me permita ir a Samara. Si salgo ahora estaré llegando allí a la medianoche.
—No hay problema —respondió el rey—. Vete.
El secretario salió despavorido. El rey, por su parte, fue al mercado y divisó a la Muerte con su guadaña. Se le encaró y le preguntó:
—¿Por qué le hiciste un gesto amenazante a mi secretario?
La Muerte miró al rey y respondió:
—No fue un gesto amenazante, Majestad. Fue un gesto de sorpresa al verlo aquí, pues tengo desde hace tiempo una cita con él en Samara hoy a la medianoche...
Palabra más, palabra menos, esta escalofriante narración rescatada de alguna leyenda rusa por Jean Cocteau, y que tituló "El gesto de la muerte", la recoge Borges en su libro Antología de la literatura fantástica (compilado con Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo). Aunque el cuento de Cocteau se sitúa en Ispahan, en "Las mil y una noches" el lugar citado es Samara, ciudad rusa situada a orillas del río Volga, y corresponde a una predilección del escritor argentino por "todas las Rusias", inclusive la de los primeros años de la revolución comunista.
En 1917, la revolución del proletariado dirigida por Lenin echó abajo el zarismo y con él a sus popes y archimandritas. Cuando el poder llegó por primera vez en la historia a las manos del pueblo, centenares de poetas cantaron jubilosamente aquel acontecimiento extraordinario. Y un joven porteño, culto e introvertido, educado en Ginebra —la misma ciudad donde Lenin y Tristán Tzará, el padre del Dadaísmo, jugaron una partida de ajedrez en el Café "Voltaire"—, escribió emocionado un poema al gran suceso de Octubre:
 “La trinchera avanzada es en la estepa un barco al abordaje. / Con gallardetes de hurras / mediodías estallan en los ojos. / Bajo estandartes de silencio pasan las muchedumbres / y el sol crucificado en los ponientes / se pluraliza en la vocinglería de las torres del Kremlin. / El mar vendrá nadando a esos ejércitos / que envolverán sus torsos / en todas las praderas del continente. / En el cuerno salvaje de un arco iris clamaremos su gesta / bayonetas que portan en la punta las mañanas...”.
El poema, titulado "Rusia", nos fue revelado por Marcos Ricardo Barnatán, quizás el más juicioso biógrafo de Borges, en un artículo publicado en Buenos Aires poco tiempo después de la muerte del autor de El aleph.
No se trata sólo de un juvenil arrebato revolucionario como ocurrió con otros poetas de su generación (verbigracia: Octavio Paz), sino el comienzo de una larga cadena de paradojas con que adornaría su vida el portentoso prosista argentino.
No sólo renegó después de su entusiasmo inicial sino también de su adhesión a la España republicana. "Eso fue un error", declaró alguna vez. Sin embargo, cuando alguien le preguntó acerca de la poesía de Pablo Neruda, declaró textualmente: "Pienso que Neruda es un gran poeta, del cual van a quedar fundamentalmente sus poemas políticos. A mí personalmente me gusta mucho su Canto a Stalingrado".
Borges, a la par de excelente escritor era una paradoja viviente. No acababa de expresar su desprecio por la América india o negra o por las expresiones artísticas de "la cultura plebeya", cuando ya manifestaba su devoción por el orillero, el compadrito, el malevo del arrabal o por la novela policial, la milonga o el cine del "cow-boys". Solía burlarse de los mitos argentinos —Gardel, el fútbol—, y decía que prefería escuchar el tango "Loca" a oír el Himno Nacional, según cuenta Juan José Sebrelli.
Para Borges el más grande escritor de España era Rafael Cansinos-Assens, en tanto que Horacio Quiroga le parecía "una superstición uruguaya".
Declaraba que García Lorca era "un poeta menor" y que Cortázar le había dedicado "un poema, muy malo por cierto", pero elevaba a Macedonio Fernández a las más altas categorías de la lírica. Se sentía el más entusiasta admirador y conocedor de Whitman al mismo tiempo que defendía con vehemencia la intervención norteamericana en Vietnam.
Decía que era agnóstico, pero condenaba "el comunismo ateo". Muchas veces manifestó que era un escéptico. "No creo en nada", decía. Sin embargo, en 1978 se afilió al partido conservador.
Paradoja perenne: entre Jesús y Judas, el guerrero y la cautiva, los libros y la noche...
Atacó durante medio siglo a los descamisados de Perón, los que sin duda eran herederos de "la chusma bravía" de su admirado Evaristo Carriego. A Perón y a Evita los llamó demagogos, tiranuelos, nazi–fascistas. Pero se sintió muy honrado con una medalla que Pinochet le colgó en su veleidoso corazón. Ante la defensa de los borgianos de que se trataba de "bromas del viejo", Pedro Orgambide escribió que esas respuestas confundían a las gentes de buena fe que se preguntaban entonces "si Borges carece de toda información y pensamiento político, si padece de alguna enfermedad senil o se realmente hizo suya la metáfora de la infinita Biblioteca y no ha salido de allí en estos años". Y agrega: "El alistarse junto a los represores puede ser una broma, pero un broma sangrienta".
A Borges, el maravilloso escritor que citaba a los guapos sin haberlos conocido, le caía de perlas esta declaración hecha en 1986 por el poeta Juan Gelman:
"Borges cita a los guapos tanto que da la impresión de que quien escribe es un guapo que cita a Borges".
Extraña paradoja, ¿verdad?, pero ese era Borges, genio y figura hasta la sepultura.

*Poeta, narrador y periodista colombiano