Betsimar Sepúlveda


Especialista en Literatura en la Universidad Autónoma de Bucaramanga. Fundadora, coordinadora y antologista del taller de creación literaria: Cuento, mini cuento y poesía, de la Fundación Universitaria del Área Andina. Autora de: Ruta al vientre azul (Venezuela 2004), Cadáver de lirio (Mérida/ Venezuela. 2007), Profesión de fe (en edición impresa y versión digital publicado por la Casa  del Libro del Total, Bucaramanga 2013). Sus textos han aparecido en las antologías Dragones de papel (Táchira/Venezuela. 2004, Premio nacional a obra prima) y Las chicas van al baile (antología de 40 poetisas venezolanas, Perú, 2012). Grabó junto al laureado guitarrista Pedro Ángel el CD Voces de España, recitando poemas de Quevedo, Lorca, Bécquer y Machado. 

Seguramente si la destrucción vuelve revestida de dulzura;
le entregaremos el candor de nuestras claridades impacientes,
la recibiremos con plácemes nocturnos,
le haremos sitio en la estrechez
Rafael Cadenas

Anoche volví a soñar con tierra,
mi madre suele decir que soñar con tierra no es buen augurio,
pero en estos tiempos, ya  es una fortuna soñar.
Soñé que bajo la tierra, se entretejían las raíces
formaban redes acuosas en un ojo gigante,
en su pupila vi flotar los pechos redondos de Ofelia
y en sus ojos entre abiertos,
me repetí una y otra vez hasta hundirme.
No era el caso despertar, poner mi cuello bajo la hojilla del alba.
Comencé a ascender por la garganta encrispada de otro sueño,
entonces un anciano movió la caña sobre el barro,
“aprender es unirse a las cosas, sentir su intimidad” y fui haiku,
lagartija y a su vez, pupila gris y dilatada del monje.
Si todo fuera este sueño, si la fecundidad del azar
te trajera en su golpe de dados,
entonces haríamos a dos manos un tratado de ornitología de los cuerpos
y botánica de la razón.
Dicen que el tiempo de Dios es perfecto,
pero fueron los hombres, los que hicieron al Señor
a su imagen y semejanza.
Yo lo sé, yo los vi.
Yo los veo bombardear pueblos enteros
y celebran el thanksgiving
Y Dios bendice a América.
Se me antoja que la paz es un seudónimo de Lázaro llorando su solitario enigma.
Tú y yo, fuimos la asimetría de la distancia,
fuimos los proscritos que cultivaron las flores para Baudelaire
y también un beso y también el significado íntimo de una caricia.
Me hubiera gustado invitar una copa al Chino Valera,
hablarle de su hermoso acierto,
sueño que la felicidad es un viaje por barco y de mi cuerpo,
que tampoco fue dócil, ni amable ni sabio.
Pero tú también sabes de esto.
Tú que me amaste implacablemente, zurdamente, alcohólicamente.
Hoy somos fuegos insulares,
buscando extender un punto cardinal, una bandera de cuerpos invictos,
una estación de gentiles alisios.
Te contaba que anoche volví a soñar con la tierra,
giraba un resplandor y pensé en Borges,
en realidad, en los ojos de Borges
que le bastaron tres centímetros del espejo cósmico
para ver el poniente en Querétaro, la osamenta de su mano,
a mí, tal vez a ti, de seguro a nosotros y al inconcebible universo.
Y te he hablado de un sueño y de revelaciones 
y de los pechos flotantes de Ofelia
en la pupila acuosa de la tierra,
y de la apostasía del hombre por la paz y el amor y de Borges y el Aleph.
Todo para distraerte del poema donde pude haber dicho que eres
relámpago lento, llama indivisible, semilla honda de yagrumo, 
puñado de espera, ardor que todo lo calla, humedad de estepa renacida, 
sierpe solar de nuestro mito, patria mía,
 un cuerpo, un silencio, un hijo, un abrazo y el pan después de la guerra.
Suéñame, suéñanos como si encontrarnos en la mirada 
se tratara de una profesión de fe.