Setenta años no es nada


Para conmemorar los 70 años de uno de los lingüistas más importantes del mundo, nacido el 7 de mayo de 1943 en Naaldwijk (Holanda), su alumna Sandra Soler, profesora del Doctorado Interinstitucional de la Universidad Distrital de Colombia, escribió la siguiente evocación


Sandra soler y Teun Van Dijk



Por Sandra Soler Castillo

Conocí a Teun van Dijk o Antonio del Dique, como se hace llamar, hace un poco más de veinte años. Recién ingresaba a la Maestría en Lingüística del Instituto Caro y Cuervo y Teun había venido a dar una conferencia sobre discurso y sociedad, imagino, porque en realidad no tengo mucha certeza sobre qué habló; recuerdo sí que Dona Lucia Tobón de Castro, esa institución dentro de la institución, comentó inmediatamente después de la charla “qué joven es”, “lo imaginaba bastante mayor”, y “qué guapo”, agregó entre risas alguna mujer. La verdad es que algunos incluso no creían que estuviera vivo. Hacía bastante tiempo que veníamos leyendo sus teorías. El famoso libro Estructuras y funciones del discurso del que Teun reniega hoy día, pero que para los profesores de lenguaje fue fundamental para entender cómo se procesan y producen textos.
Cuando se acabó la conferencia, salimos todos a hablar –en todas sus versiones– en esos bellos patios del Seminario Andrés Bello. Teun estaba como siempre con su cámara haciendo fotos. Se acercó y me preguntó si podía tomarme una foto. No, no me gustan las fotos. “Montañera”, se oyó en seguida, por supuesto no fue Teun quien lo dijo, en ese entonces todavía no estaba tan familiarizado con el español y menos aún con esa fraseología excluyente característica de los colombianos. Se trataba del entonces Director del Instituto. Como resultado, terminé posando para la foto. 
Ocho años después, caminaba yo durante mi primer día en Barcelona, donde fui a realizar mis estudios doctorales, y de repente vi a alguien que, según mis recuerdos, se parecía a Teun van Dijk. Pero pensé, por esa tendencia a homogenizar al otro: los europeos todos se parecen entre sí, no debe ser, pues hasta donde sé él trabaja y vive en Ámsterdam. Pocos días después asistí a una charla de uno de los investigadores del Instituto Caro y Cuervo en la Universidad Pompeu Fabra. Eran los tiempos gloriosos del Instituto; se acaba de entregar el Diccionario de Construcción y Régimen y el Instituto había obtenido el Premio Príncipe de Asturias. En la charla estaba la misma persona que había visto caminando por la Rambla. Entonces me acerqué y le pregunté, ¿usted es el profesor Van Dijk? Sí, respondió. Y después de las frases de rigor me dijo, tu cara me es familiar. Yo le recordé que nos habíamos visto años atrás en el Instituto Caro y Cuervo. Claro, yo tengo una foto tuya, dijo. Memoria de investigador. Fue una de las primeras cosas suyas que me impresionaron. La capacidad para registrar y archivar información. Ese día intercambiamos correos electrónicos.
A los pocos días nos vimos para tomar un café. Nuestras charlas, para mi sorpresa, versaron sobre casi todo: lo divino y lo humano. Me contó que llevaba pocos días en Barcelona, que lo había abandonado todo en Holanda por ir tras quien creía era el amor de su vida, una joven y guapa chilena. Le conté mis peripecias en la Universidad de Barcelona, donde hacía un doctorado en Lingüística y Comunicación y que mis clases incluían gramática rusa, programación lógica (prolog) y geometría de rasgos en fonología, y por supuesto, que no había encontrado a nadie que le interesara mi tema de tesis: discurso y género. Él me ofreció hablar con Deborah Tannen, quien era su amiga, para que me dirigiera la tesis, pero tendría que hacerla en inglés y desplazarme con frecuencia a Estados Unidos, lo cual no quería hacer. Entonces se me ocurrió: por qué no me la dirige usted. No sé nada de género, replicó de inmediato. Pero sí de discurso, insistí. No, intentemos y buscamos a alguien más en España, déjame y hago unas consultas. Por entonces ese no era un tema muy común en el mundo hispánico (hoy tampoco). Al final accedió a ser mi director.
En la universidad aceptaron, aunque, como lo contaré más adelante, allí pocos lo conocían. Mi experiencia con Teun como director fue literalmente de lágrimas y alegrías. Pasado casi un año le presenté lo que yo creía era ya casi mi tesis doctoral: unas pequeñas correcciones, agregar conclusiones, pulir aquí y allá y listo. Le entregué 120 páginas. Dijo: Podrías resumir un poco, hay demasiados ejemplos, dos por cada caso bien explicados será suficiente, reduce veinte páginas. Creo que fue la primera vez que lo odié. Avancemos en lo que podrían ser los posibles capítulos de tu tesis, te falta esto, esto y aquello. Revisa todas las revistas de lenguaje de los últimos veinte años para construir el estado del arte. Cuando tengas avances me los envías. Entonces supe lo que sería hacer una tesis doctoral. La segunda entrega estuvo mejor, ya sólo merecí una recriminación: Tienes un estilo solerianode escribir bastante particular, mejora la redacción. Las siguientes entregas, que pasaron antes por varias revisiones, incluida la de un experto corrector de estilo en Colombia, mejoraron. Recibí incluso un excelente. Este capítulo está muy bien, creo que él solo ya representa un gran aporte. Pero en el último capítulo la cosa se complicó bastante. Después de tres años ya estaba  cansada, y el estímulo fue: No entiendo nada, no tiene el mismo rigor de los otros, no hay suficiente sustento teórico, los ejemplos son confusos, y otras numerosas críticas.
Después de dos entregas más, escuché un contundente elimina el capítulo y entreguemos así a ver cómo nos va, te veo cansada. De allí vinieron mis segundos y terceros odios. Las críticas de Teun fuertes y directas no siempre han calado bien entre los latinos, espíritus más relajados en casi todo. Pero mi orgullo estaba en juego, llevaba mucho tiempo en ese capítulo que para mí era central y muy novedoso, no solo en el campo de los estudios de género sino dentro de la lingüística misma. Nunca cedió. No estaba convencido. Al final, bajo mi responsabilidad, lo incluí en la tesis y entregamos a jurados. El día de la defensa fue curioso, para empezar, el jefe de departamento asistió unos minutos. Le presenté a mi director, dado que pertenecía a otra Universidad. Van Dijk, van Dijk, tu nombre me suena. En ese momento sentí vergüenza ajena, sobre todo por ser las palabras del Jefe de un Departamento de lingüística; era el reflejo del estado de los estudios del discurso en España, sumado a los juegos de poder. Teun dijo, sí, quizá nos hallamos cruzado en algún congreso. Allí acabó ese incidente bochornoso. Vino la larga sustentación, más de tres horas, preguntas y más preguntas, todas en catalán a pesar de que ni Teun ni yo éramos catalanes. Superamos el interrogatorio.
Al día siguiente de la defensa, regresé a Colombia. Desde entonces pasan pocas semanas sin escribirnos. Teun, no entiendo esto, Teun, cómo es ese asunto de la ideología, y la cognición, Teun necesito bibliografía sobre esto o aquello. Su “big bibliography” está siempre disponible para todos y todas. A veces también le endoso estudiantes: escríbanle a Teun. Las respuestas no tardan en llegar. Siempre tiene tiempo para todo. Otra de las cosas que más le admiro. No sólo responde cientos de correos que le envían de todas partes del mundo. Tiene, además tiempo para pasear, para aprender idiomas (domina más de seis lenguas), para cocinar y para ir a la playa a “achicharrarse”; pues como casi todos los europeos no hay nada que le agrade tanto como los baños de sol. Por eso con frecuencia viaja a Latinoamérica, a tomar el sol pero también a recargarse de calor humano. Es su manera de sentirse latino, su mayor anhelo y frustración.
Hoy, en su septuagésimo aniversario, recuerdo las palabras de doña Lucia Tobón: qué joven está, y que guapo, añadiría yo. Feliz cumpleaños, Teun.