El peligro de la crítica: El púlpito del diablo


Por Guillermo Velásquez Forero

“La crítica es el origen del progreso y de las luces de la civilización” afirma Thomas Mann en La montaña mágica. De ahí se deduce que la ausencia de crítica es la causa del atraso, la ceguera, la irracionalidad y la barbarie de que gozan tantos países que, gracias a la astucia y perversidad de sus “líderes”, dirigentes y gobernantes, han logrado ubicarse en el culo del mundo. La crítica es el ejercicio de la facultad del alma llamada juicio (que nos permite distinguir el bien del mal y lo verdadero de lo falso), se desarrolla como un ejercicio de la inteligencia lógico racional, de la libertad y osadía del pensamiento, y del heroísmo moral; y representa un arduo trabajo de reflexión y argumentación esclarecedora y liberadora que somete a consideración, juicio y valoración las ideas y creencias, los hechos sociales, políticos, económicos y culturales; y contribuye a descubrir la verdad, a iluminar el espíritu para hallar soluciones a los problemas, a construir el verdadero conocimiento real y objetivo, a reorientar las acciones y a transformar el mundo en la búsqueda del desarrollo humano y la felicidad inteligente de la sociedad.
La crítica ha existido desde el origen del pensamiento y de la organización social del animal humano, y quienes se han atrevido a ejercerla han tenido que enfrentarse y luchar contra la brutalidad, la injusticia, la ignorancia, la mentira y la guerra con que los poderosos han sojuzgado a los pueblos. Casi todas las doctrinas, ideologías, religiones, partidos y gobiernos han sido y son lunáticos, fanáticos, paranoicos, intolerantes y criminales que se creen dueños de la verdad absoluta, incuestionables, sagrados y venerables. Y por esas sinrazones son los más peligrosos enemigos, perseguidores y verdugos de la crítica.
Además, la poderosa maquinaria irracional que domina a la sociedad, conformada por las creencias, los dogmas, las supersticiones, los mitos, la idolatría, la tontería, las costumbres y las tradiciones, crea e impone una tara mental colectiva que embrutece a la gente y la convierte en una masa  inhóspita y hostil ante el pensamiento libre y la crítica.
El pensador crítico debe ser un escéptico, subversivo, rebelde, temerario, irreverente e iconoclasta; es decir, un peligro mortal para los estúpidos, fanáticos, conformistas, creyentes, conservadores, retrógrados y cavernícolas, quienes ven en él una amenaza para la estabilidad y predominio violento de las creencias, los prejuicios, las mentiras sagradas, la verdad revelada, el autoritarismo y la razón de Estado que prevalecen en los gobiernos, los partidos, los templos, las universidades y las sociedades godas y recalcitrantes.

Quizás algún día los enemigos de la democracia, la justicia social, la libertad de pensamiento, el bien común y la verdad dejen de creer que el vicio, el error, el engaño y el crimen son un patrimonio intocable de la Humanidad; y lleguen a comprender que la malignidad o causticidad de la crítica es la luz de la inteligencia puesta al servicio del bien y la felicidad de la especie humana; y que, como lo corrobora Thomas Mann en su citada obra maestra: “La crítica es el arma más resplandeciente de la razón contra las potencias de las tinieblas y la fealdad” de esta vida y este mundo necio, absurdo y violento que nos han dado y que tenemos la obligación de iluminar, perfeccionar y transformar en un hábitat cósmico digno de la grandeza del hombre, donde el esplendor del espíritu sea la luz que guíe la marcha, los caminos y los destinos de la vida humana.