El engañoso futuro


Por José Chalarca*

Si hoy me preguntan qué pienso del futuro, responderé que es un vocablo vacío que se atraviesa en la existencia de los seres humanos para falsear y muchas veces echar a perder los fugaces instantes del presente real.
Con la promesa de un futuro cierto y venturoso malogramos, dejamos de disfrutar y muchas veces abortamos acciones, sucesos y cosas de nuestro presente en el esplendor de la vitalidad.
Quizá en lo único que tengan razón los apologistas del futuro es en el aprestamiento de reservas económicas que permitan atender las necesidades básicas en la edad provecta cuando, paradójicamente, y precisamente en el estadio de la vida en que se necesita más, todo se encarece: los servicios de salud, el crédito bancario, los seguros de toda índole.
Porque es precisamente cuando el destino nos pasa la cuenta por lo que hicimos, por lo que no hicimos y por las taras genéticas que nos trasmitieron nuestros progenitores de cuya existencia estábamos ayunos porque a lo mejor ellos tampoco se los columbraron.
Por causa de la idea miserable del futuro también nos perdemos el disfrute de la tierra y el mundo, generosos en dádivas maravillosas, en realidades de vida plenas y gratificantes porque solo estábamos de paso hacia un paraíso ilusorio en el que eternamente seríamos gratificados con la visión de la divinidad.
Al término de los sesenta años cuando según lo establecen las burocracias del mundo se termina nuestra vida laboral y dejamos de ser económicamente activos hemos llegado al cacareado futuro.
Nos encontramos entonces con que ese futuro para cuyo disfrute vivimos frustraciones, desvivimos minutos de magia irrepetible, abortamos sueños que nos apartaran del camino hacia él, no tiene nada de nosotros. Que es algo construido a nuestra espalda y que en gran medida es la continuación de empresas que comenzaron mucho antes de que viniéramos al mundo.
Que ese futuro que nos pintaron de colores tan vívidos y agradables, tiene en su trasfondo la angustia y el sacrificio de pueblos y naciones que se atravesaban a la ambición de los poderosos por detentar la explotación y el comercio de los combustibles fósiles, quienes no  vacilaron en bañar en sangre el Oriente Medio y decapitar la fantasía que moraba en las ciudades de Bagdad, Mosul, Karbala, Al Amarah, Lagash.
No encontramos nada de lo que nos ofrecieron sus apologistas y respondiera en mínima parte a lo que fraguó nuestra esperanza y que ese tráfago que signó nuestro anterior presente para estructurar el desarrollo que llena de orgullo e insufla confianza a las generaciones de hoy, nos trajo maniatados al más rigoroso extrañamiento.
Nos encontramos entonces frente a una soledad que no tiene parangón. Estamos solos de una soledad que además de la falta de personas en nuestro entorno inmediato, entraña el aislamiento que resulta del que no hablamos el mismo lenguaje, que los valores que orientan las conductas y los comportamientos de las gentes de ahora son muy distintos a los que condujeron nuestra existencia o que, simplemente no tienen ningunos. Solos de una soledad que impregna el ambiente porque el mundo de hoy lo pueblan multitudes de solitarios que prefieren la compañía virtual a la real y se valen del ciberespacio para decirse razones mínimas mediante aparatos de última tecnología.
Quienes llegamos de un ayer de sesenta o setenta años tenemos consistencia de sombra para los habitantes de nuestro futuro y con ellos no hay entendimiento posible porque han construido su lenguaje reduciendo a iniciales el de sus antecesores, e ignoran la historia lo que los hace sentir como los creadores indiscutibles del ahora.
Los mentores del futuro que enfrentamos se idearon un instrumento perverso que llaman deconstrucción con el que entran a saco en las acciones propuestas y logros de la cultura que viene de las fuentes greco-judías para deconstruir sus postulados y hallazgos, vaciaron de contenido nuestro lenguaje y se improvisaron otro que confunde y anula nuestro decir.
Los motivos de queja son infinitos, desafortunadamente este futuro nuestro es el presente sonreído y fantástico de los habitantes del siglo XXI y tendremos que resignarnos a sobrellevarlo mientras respiremos.


*Narrador y ensayista colombiano