La Novela Imaginada



La novela, ese género para muchos prostituido, veta deleznable de las más recientes telenovelas y de las películas comerciales, y género agónico para grandes pensadores de las últimas décadas, es impugnado aquí por Oscar Talero, reconocido anarquista, catedrático de Comunicación Audiovisual y Magíster en Semiótica de diversas universidades, quien reflexiona sobre el necesario rumbo de la Antinovela a partir de la obra maestra de Italo Calvino Si una noche de invierno un viajero.


Por Óscar Talero Acosta

Uno de los hechos poéticos más importantes que J.L. Borges legó a sus seguidores fue el vacío, la ausencia, que produjo no haber escrito su novela. Él explicaba que la vida no alcanza para asumir largos alientos narrativos, el hombre moderno no tiene tiempo para afrontar extensas descripciones que la novela le impone. Y ya sea por limitaciones físicas o por simple haraganería las razones para no escribir su novela, Borges las justifica poética y estéticamente.
Aquel hijo literario que no tuvo Borges pretende ser concebido hoy por las nuevas generaciones de novelistas como un ser mítico, cargado con el semblante del estilo fantástico, laberintico, clásico… Autores como Bolaño o  Calvino, podrían llenar la lista de candidatos para asumir la falta que el maestro argentino cometió de manera significante.
El gran experimento titulado Si una noche de invierno un viajero, publicada en 1979, reúne todos los elementos para considerar a Calvino el autor de la novela imaginada por Borges. Sobre todo porque cumple con los preceptos de la ficción convertida en acto mítico: el de la desaparición del “autor” a manos del lenguaje literario, de sus procedimientos y poética; dejando además al lector capturado en un estado de despersonalización, “voyerizado” por el efecto narrativo que Calvino quiere implementar.
Ésta novela cumple, como el “Ulises” de Joyce, con la condición de ser productos de la fragmentación moderna de la cultura, problemática que Borges entendía muy bien, y de la cual propuso la solución, al unificar ciencia, teología y filosofía, con literatura.
Pero si queremos atenernos a la propuesta mítica de Borges, a su leyenda ficticia de legar a las nuevas generaciones la escritura de lo que hubiera sido su novela, no podemos dejar de considerar a Joyce o a Calvino como sus modelos para un relato extenso; entonces es de “antinovela” de lo que estamos hablando. Sus características están impresas en el Viajeroy en el Ulises, porque éstos autores pretenden hacer una novela con los elementos mismos que la diluyen como género. La convierten en “antinovela” con el lenguaje mismo de la novela, remitiéndonos a sus condiciones de elaboración.
El legado mítico de Borges, como hecho poético, es haber sembrado en nuestra memoria la posibilidad de que un sucesor historice su propuesta, su crítica al relato extenso novelado; desde la brevedad poética: la temática de la antinovela elaborada y desarrollada como una novela donde autor y lector quedan tachados, desvanecidos.
Italo Calvino en su Viajero, alterna el relato breve con la novela extensa, los entremezcla con interrupciones produciendo la sensación de una secreta ilación. Es el efecto que encontramos en el cuento de Borges “El acercamiento a Almotasim” o el de su “Jardín de senderos que se bifurcan”, y si fuéramos más allá, el de los “íncipit” de Las mil y una Noches.
El concepto de un libro que se escribe a sí mismo Calvino lo desarrolla recurriendo a la segunda persona de la narración, al lector como referencia reflexiva, rompiendo las barreras de la ficción con los medios de la ficción. Si una noche de invierno un viajero se inicia en el momento en que el lector adquiere en una librería un ejemplar de la novela de Calvino Si una noche de invierno un viajero. El autor cuenta cómo “el” lector encuentra una lectora, se involucra con ella en la búsqueda de libros perdidos mientras ocurre la inevitable historia de amor.
Calvino incorpora en el texto literario la referencia al lector, motivando al lector real a que tome en serio los argumentos que las figuras de ficción expresan en él. Para esto tiene que dejar en suspenso las leyes de la novela, recurrir a la antinovela, para captar las posibles reacciones de “un” lector. “El” lector permanece por tanto sin nombre, dejado en el estado abstracto de un pronombre, disponible para cualquier atributo y cualquier acción.
En el otro polo la lectora “Ludmilla”, sí es de carne y hueso, está definido su verdadero retrato y los contornos de su figura. Pero poco a poco el lector abstracto cae en las redes de la lectora concreta y el término singular “tu” se va aproximando, como pronombre de segunda persona, a las características de un nombre propio. La ficción gramatical cede y el lector accede a la concreción de la vida, al amor de “Ludmilla”, se convierte en tercera persona, dirigido por la soberanía del autor: La ficción que trata de trascenderse a sí misma cae víctima de las leyes de la ficción.
El corolario es inevitable, la novela imaginada por Borges, encarnada en Si una noche de invierno un viajero, cobra los réditos de la antinovela: aquella que con los argumentos procedentes del terreno de la literatura y la teoría literaria, manifiesta el estado en que se encuentran las estructuras fundamentales del pensamiento contemporáneo. El de la fragmentación y la disolución del sujeto en un lenguaje disperso que lo priva de su poder y lo multiplica en el ámbito de su propio vacío. (…)